sábado, 2 de diciembre de 2017

Dondequiera que estés...

A veces repetimos frases y palabras que escuchamos de otros sin pararnos a reflexionar qué significan, o más exactamente qué implican. Porque si nos detuviéramos a pensar el significado real o las implicaciones de lo que decimos, nos daríamos cuenta, muchas veces, de que la coherencia no forma parte de nuestras prioridades.
Un ejemplo de lo que digo es una frase que, en los últimos tiempos, se repite con frecuencia cada vez que muere algún ser querido, o simplemente un conocido. En realidad, la frase en cuestión se deja decir cuando ha pasado ya un tiempo (aunque sólo sean dos días) del óbito de la persona a la que nos dirigimos.
Porque la frase a que me refiero se dirige no a los más cercanos al difunto para transmitirles nuestra condolencia, sino al propio finado. ¿No han leído o escuchado con frecuencia, últimamente, esa expresión tan peculiar de «Querido X, dondequiera que te encuentres…»?
«Dondequiera que te encuentres». Ahí está la clave de las posibles contradicciones. ¿Dónde «se encuentra» un ser humano después de la muerte? Es evidente que, dicha la frase como se dice, el que la dice tiene que pensar, necesariamente, que el difunto se encuentra en un lugar o al menos en un estado en el que sea capaz de reconocer, escuchar y comprender lo que se le dice. Nadie la habla a una piedra o a cualquier objeto del que sabe a ciencia cierta que no le escucha.
Por tanto, la frase contiene, de forma implícita pero inevitable, la creencia en una vida más allá de la muerte, o al menos de alguna forma de subsistencia consciente. Y aquí viene el problema. Si quien dice la frase no cree en ninguna forma de vida de ultratumba, ¿qué sentido tiene dirigirse así a una persona de la que sabe positivamente que no va a recibir su mensaje? Por otro lado, si la persona que se dirige así a quien ha fallecido es creyente, es decir, acepta la existencia de otro mundo —o de otra dimensión, llámenlo como quieran— donde el alma del difunto existe y es capaz de percibir mensajes desde este lado, ¿qué sentido tiene decir «dondequiera que estés» si quien habla sabe, o cree saber, dónde se encuentra el alma de la persona a la que le habla?
Dicho de otra forma: si usted no es creyente, si no acepta que después de la muerte quede absolutamente nada de la persona con vida consciente, ¿por qué le habla? Lo coherente sería dejar de hablarle a esa persona en segunda persona —«tú»—, para insertarlo exclusivamente en el ámbito distante y más aséptico de la tercera persona: «él», «ella». Olvídese de hablarle a quien no va a recibir su mensaje.
Si, por el contrario, usted es creyente, tiene que creer que el finado, o su alma, está en alguna situación capaz de captar sus palabras y reconocerlas como dirigidas a él mismo. ¿Cuál es ese lugar o ese estado? Para los católicos sólo hay tres lugares posibles: el cielo, el purgatorio y el infierno. Y en ningún caso, por muy creyentes que seamos, tenemos la certeza absoluta (sólo la convicción) de que un amigo o familiar nuestro que acaba de fallecer esté en una u otra de cualquiera de esas tres posibilidades. Por tanto, podría tener sentido que usted se dirigiera a un ser querido que acaba de morir usando la consabida frase… siempre que asuma el riesgo de que esté en el infierno, en cuyo caso, sin duda alguna, no le apetecerá lo más mínimo (al alma del muerto) recibir mensajes desde este lado. Eso sí, si está en el cielo o el purgatorio, la fe nos dice que puede ayudarnos desde allí.
En resumen: si usted no cree que haya vida más allá de la muerte, no se dirija a un fallecido diciéndole eso de «dondequiera que estés». Sea coherente: si usted no es creyente, su amigo, compañero o familiar fallecido no está en ningún sitio, porque es sólo un amasijo de materia orgánica en descomposición o un montón de cenizas.

1 comentario:

  1. ¿Si no eres creyente tu amigo, compañero o familiar fallecido No Está en sitio alguno, pero si eres creyente SÍ?

    NO.

    Esa frase, tan habitual, lleva implícita una condicional: "si es que estás en algún sitio".

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