jueves, 9 de febrero de 2012

La culpa es del contexto

No hay día, o por lo menos semana, en los que no encuentre en algún periódico, o escuche en una emisora de radio, las declaraciones de un político −o un personaje público de cualquier actividad− en las que le eche la culpa al contexto de lo que ese personaje considera como mala interpretación de unas declaraciones anteriores.
 

El contexto: éste es el verdadero culpable, el máximo culpable, que –encima− parece tener un estatuto jurídico especial que le exime de cualquier responsabilidad: nunca se ha enviado a juicio a un contexto, ni se le ha sentado en el banquillo de los acusados ni, naturalmente, ha sido condenado a nada.
 

La culpa, por lo que veo, nunca es del que dice un exabrupto intolerable, que por supuesto siempre tiene buena intención. La culpa tampoco es del que lo oye o lo lee, que a veces lo que quiere es verle los tres pies al gato; si acaso, el receptor o intérprete del exabrupto es víctima de las argucias del contexto, porque la culpa es en realidad de este último, que parece actuar como una lente distorsionadora que impide entender con claridad lo que –faltaría más− se dijo en cualquier caso con claridad y buena fe: porque los personajes públicos, llámense como se llamen y sea cual sea su color político o deportivo, siempre hablan de buena fe y con la inocente intención de un cordero lechal camino del matadero.
 

Siempre, desde que empecé a estudiar lingüística y comunicación, me han dicho −y no tengo razones para dudarlo a estas alturas− que cuando se produce un mensaje hay circunstancias externas al propio mensaje que pueden influir, modificándolo en diverso grado, en el significado o el sentido de dicho mensaje. Estas circunstancias configuran lo que, hablando sin muchos tecnicismos, podemos denominar «situación»: para entendernos, la situación es el cruce de las coordenadas espacio-temporales en que el mensaje se genera, o dicho más sencillamente aún, el momento y el lugar en que se produce. Así, la situación de la presente entrada de este blog es el conjunto formado por mi cerebro, mis manos, mi despacho y mi ordenador a las nueve de la tarde del día de hoy, 9 de febrero de 2012.
 

El «contexto» propiamente dicho, en cambio, viene determinado por la relación de cada parte del mensaje con el resto del mismo mensaje; de modo que, por ejemplo, el contexto de este párrafo es el resto de los párrafos que forman la presente entrada del blog. Naturalmente, el significado de este párrafo depende en gran medida del significado de los demás, aunque cualquier párrafo, si no queremos caer en la repetición tántrica de frases continuas, tenga siempre algún contenido propio que permita que la cantidad de información del texto vaya aumentando.
 

Sin embargo los personajes públicos, que tienen en general bastante poca formación lingüística, confunden ambos conceptos y, por ejemplo, cuando se genera una polémica por las declaraciones, digamos «calientes», que se les escapan de los labios, siempre dice que sus palabras «han sido extraídas del contexto y malinterpretadas torticeramente», cuando en realidad se están refiriendo a la situación, a un mitin por ejemplo. Además, lo dicen como si el significado total de una frase o de un párrafo dependiera exclusivamente de esas circunstancias externas, lo que aplicado estrictamente quiere decir que ninguna palabra ni frase tiene significado propio, sino que sólo el mal llamado «contexto», es decir, la situación, es lo que tiene significado. Hay algo peor aún: están diciendo que en determinados momentos y lugares es legítimo decir las mayores barbaridades, los peores insultos, las mentiras más groseras, las bajezas más abyectas… porque ninguna frase tiene significado por sí misma. Y como, por tanto, la culpa siempre es de ese ente inasible llamado «contexto» −mal llamado, insisto−, están corrigiendo al mismísimo José Saramago, tótem sagrado de la progresía literaria, que afirmó repetidas veces que «Las palabras no son inocentes ni impunes».
 

Yo sigo pensando que en cualquier frase o párrafo hay siempre una parte de significado, absolutamente mayoritaria, que no depende en absoluto ni del contexto ni de la situación que lo rodean, sino de sí mismo, del conjunto que generan las palabras que lo forman y la distribución sintáctica de las mismas, de modo que di yo le digo a alguien que es un imbécil, un prevaricador, un asesino o un rapsoda de versos infumables, sea cual sea el sitio y el momento en que hable, sean cuales sean las palabras que diga antes o después, le estaré diciendo que es un imbécil, un prevaricador, un asesino o un rapsoda de versos infumables.
 

El contexto. Dice el doctor Rodríguez Braun que el mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio.

Permítame el sabio economista liberal que corrija ligeramente su apreciación, al menos en el caso de los políticos y demás personajes que viven de lo que dicen: el mejor amigo del hombre público es el contexto, un amigo siempre incomprendido por los demás, que son unos malintencionados y unos ignorantes, y que permite decir las barbaridades que a uno le dé la gana sin tener que dar explicaciones ni pedir perdón.