lunes, 13 de diciembre de 2010

Hablando de poetas

Acabo de leer las Odas y los Épodos de Horacio. Sé que en este tiempo eso es más transgresor y más inconformista que, por ejemplo, ir a un concierto de Lady Gaga, porque ir a un concierto de Lady Gaga es algo por lo que miles de personas en España no tienen inconveniente en hacer el gilipollas gastándose su tiempo y su dinero; en cambio, por mucho menos dinero (el libro vale menos de diez euros) se puede acceder a la obra de Horacio (Ediciones Cátedra, colección Letras Universales), pero es muchísimo más reducido el número de personas que se atreven a hacerlo.

Pero ya digo, soy un exquisito y qué le voy a hacer, me gusta la literatura clásica y no lo puedo remediar (ni quiero). El caso es que he disfrutado intensamente leyendo los poemas del venusino, con cuyas Sátiras y Epístolas (también en Cátedra) me fue dado gozar hace un par de años.

Y la lectura de estos versos, compuestos hace ya dos mil años, me ha traído una reflexión muy contemporánea: es lo que tienen los clásicos de verdad, que como nunca pasan de moda siempre dicen algo a quien los lee, sea cual sea su tiempo y su lugar.

El aspecto de los textos horacianos que me ha hecho pensar parte de siguiente: como es sabido por quien lo sabe (es decir, por la poca gente que tiene una pizca de cultura humanística), Horacio fue un protegido de Mecenas, a su vez amigo y servidor de Octavio Augusto. El poeta, no lo olvidemos, tuvo orígenes sociales modestos, pues no en balde su padre era un liberto (=esclavo que había accedido a la ciudadanía romana). Si Horacio pudo dedicarse a escribir, fue porque Mecenas, conociendo sus dotes literarias y su escasez de recursos económicos, le dio una casa y una finca donde no tuvo más preocupación que componer sus versos. Por tanto, es obvio y comprensible que varios de sus poemas contengan dosis generosas de sincero agradecimiento y abierta adulación tanto a su protector como al que llegaría a ser primer emperador romano.

Pero también Horacio, además de mostrarons con palabras e imágenes bellísimas su filosofía vital a medio camino entre el estoicisimo y el epicureísmo, escribe sobre la propia poesía, y es consciente de su trabajo como tal, o mejor dicho, es consciente -quizá sea el primero en la Historia de la Literatura- de que escribir es un arte en el sentido etimológico, es decir, una técnica, un oficio que requiere de aprendizaje, práctica, estructura y planificación. Al mismo tiempo, está seguro de que la poesía que está escribiendo será la que prolongue su vida más allá de su muerte: es decir, piensa en el arte como una vía de acceso a una cierta forma de inmortalidad. Y no sólo eso, sino que sabe que -mucho más allá del reconocimiento que ya en su tiempo alcanzó su obra- su mérito será considerado y puesto en su lugar mucho tiempo después. No escribe, pues, para la inmediatez, sino para la eternidad: quizá eso (bueno, no sólo eso, pero entre otras cosas eso) es lo que lo convierte en un clásico.

Por lo mismo, y también lo dice en alguno de sus poemas, Mecenas pasaría a la Historia no por su situación de potentado o de hombre de confianza de Octavio -a quien sustituyó ejerciendo el poder en Roma mientras el futuro César estaba luchando contra Marco Antonio en Accio-, sino sobre todo, como efectivamente ocurrió, por su condición de protector de artistas y poetas.

Y ahora viene la reflexión actual. Miro el panorama de los poetas actuales, al menos en España. Hablo de los oficialmente consagrados y reconocidos, y observo con clarividencia que no resisten la comparación con Horacio. Los pocos poetas que viven de lo que escriben se lo deben a la protección del poder político (con escalas: nacional, autonómico o incluso municipal, hasta financiero, pues hay poetas que subsisten y publican gracias a su cercanía con bancos y cajas de ahorros): ¿Les suenan los nombres de Luis García Montero o Antonio Gamoneda, poetas oficiales de la España de Zapatero? Pues son sólo dos de los ejemplos más característicos. A base de subvenciones, regalías, jurados en concursos más o menos amañados (más más que menos), viajes, publicaciones de editoriales institucionales, recitales por colegios, institutos, universidades y centros de mayores, inclusión por decreto en la mafia de las antologías (de eso sabe mucho el ínclito García Montero)... A base de todo esto sobreviven, y mucho más que "sobreviven"; no necesitan una finca retirada del mundanal ruido, como el venusino, entre otras cosas porque no querrían ni sabrían vivir en ese retiro silencioso y apacible: lo suyo es más bien el cóctel, el hall de los hoteles, las salas de conferencias, los platós de televisión, la firma de ejemplares en grandes almacenes... ¿Se imaginan así a Horacio o, más cerca en el tiempo, el displicente Rimbaud como estrellas mediáticas? Yo no.

En algo coinciden, eso sí: adulan al poder que los sostiene y han perdido, si es que alguna vez lo han tenido, ese sentido crítico y esa distancia que sólo se alcanzan por el ejercicio de la libertad. Los poetas cortesanos de hoy ejercen de izquierdosos, firman manifiestos de apoyo a Zapatero, critican cuando no insultan a quienes defienden otras opciones políticas... y es que, como los cineastas y musiqueros de la zeja, temen perder su estatus si la situación política cambia alguna vez. (Aunque no creo, el PP tiene un tremendo terror a desairar a los que se autodenominan, sin más títulos que su carnet de progresismo, "representantes del mundo de la cultura").

Pero hay una gran diferencia: a los poetas actuales, a diferencia de todos los que los han precedido a lo largo de los siglos, les importa un rábano la posteridad. Ellos piensan en vivir la vida presente, y en vivirla lo mejor posible; lo que ocurra después les trae sin cuidado, de ahí su acelerado atolondramiento, su apurar hasta las heces las migajas que el poder les deja, su obra carente del poso y la solera que requiere no ya el buen vino, sino la buena literatura... Creo que fue el propio Horacio el que aconsejó "dejar reposar el poema", y es algo que no hacen porque tienen prisa por cobrar la subvención, publicar el libro, ser insertados en la antología tal, asistir a la presentación de cual...

Desde luego, no pasarán a la Historia de la Literatura. No me será dado contemplarlo, ni a mí ni a ninguno de los que lean estas líneas, pero séame permitido dudar de que dentro de doscientos años, sólo doscientos años, haya un post en un blog del internet de entonces que hable de García Montero, Antonio Gamoneda, Manuel Gahete o Pablo García Baena como de clásicos... Tampoco se hablará de Zapatero y su Gobierno como de protectores de la cultura (entre otras cosas, aunque ellos se consideren mecenas con minúscula, en eso se diferenciarán del auténtico Mecenas: éste, al menos, pagaba con su dinero privado sus exquisitos caprichos). Si pasan a la Historia Zapatero y su cohorte -¡qué bien le sienta esa palabra al Gobierno actual!- no será por su condición de protectores del arte.

En resumidas cuentas, los tiempos cambian las formas... y los fondos: hoy, como hace dos mil años, hay poetas que viven al calor de los poderosos; pero entonces, ni los poderosos eran tan cortoplacistas ni los poetas consagrados tan ventajistas. Al menos, hace dos mil años los vates pensaban que sus nombres y sus obras iban a perdurar durante mucho tiempo.

Hoy recordamos a Horacio por sus poemas, y a Mecenas por haber sido protector de Horacio (sólo por eso). ¿Se recordará dentro de dos siglos, no digo ya de veinte, a Gamoneda por sus poemas y a ZP por protector de Gamoneda?

Qué suerte tendrán los lectores de dentro de unos siglos... Ellos seguirán leyendo a Horacion pero no habrán oído hablar de Gamoneda, García Montero, Gahete y otras hierbas.