lunes, 11 de diciembre de 2017

Las otras Sijenas

Se habla mucho en estos días del Tesoro de Sijena. ¿Qué tal si recordamos las innumerables Sijenas pequeñitas, que suman un Tesoro, con mucho, más importante que el que ha estado secuestrado por los catalanes durante casi medio siglo? Me refiero a las obras de arte religioso despreciadas, malvendidas, destrozadas, arrinconadas o directamente destrozadas POR LA PROPIA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA. Resulta que en lo de Sijena tiene parte de la responsabilidad, y no poca, la propia Iglesia Católica, empezando por el Vaticano. Pues vean, vean...Y esto es de más cerquita...

Lo que ven sobre estas líneas es una foto que hice el pasado jueves 23 de noviembre, en la primera sesión del Congreso de Cultura Mozárabe. Se trata de una preciosa virgen tardogótica, del siglo XV o principios del XVI, con la policromía muy bien conservada, que estuvo en la parroquia de San Pedro hasta que alguien (¿digo el nombre?) decidió que no quería que siguiera allí. Pues bien, esa obra de arte, de la que ya hablé en este mismo blog hace un tiempo, estaba así, ARRINCONADA en una sala del Palacio Episcopal. He visto a esta misma imagen otras veces en el Palacio Episcopal, y en distintos lugares, pero SIEMPRE ARRINCONADA. Esto es de vergüenza, señor obispo, señora Muñoz, señores canónigos, párrocos, sacerdotes o quienquiera que sea el responsable. Si yo hubiera querido, a esa Virgen le hubiera dado un arañazo, o le hubiera pintado un bigote con rotulador, y NO HUBIERA PASADO ABSOLUTAMENTE NADA, porque nadie se habría dado cuenta, dado lo oscuro del lugar en ese momento. ¿Nos quejamos de lo que han hecho los catalanes con Sijena? ¿Y qué hacemos con los miles de Sijenas que, con todas las bendiciones de la Iglesia, se han perpetrado en España en los últimos 50 años? Nunca se podrá hacer el inventario de los miles de cuadros, imágenes, retablos, piezas de orfebrería, ornamentos litúrgicos, libros antiguos y demás obras de arte del patrimonio artístico de la Iglesia que, desde el aquelarre que siguió al Vaticano II, han sido destruidas, saqueadas, expoliadas, malvendidas o directamente robadas con la anuencia, la indiferencia, la acción directa o la omisión consciente (y a veces el beneficio económico privado) de párrocos, superiores de comunidades religiosas, canónigos y obispos. Lo que esta foto representa es sólo un minúsculo botón de muestra de esos miles de "Sijenas" que ha habido en toda España. Y ermítanme terminar con una pregunta A QUIEN CORRESPONDA de la diócesis de Córdoba: ¿POR QUÉ NO ESTÁ ESA IMAGEN DONDE DEBE ESTAR, QUE ES LA PARROQUIA DE SAN PEDRO, DONDE DEBERÍAN ESTAR TAMBIÉN, SIN NEGOCIACIÓN, TODOS LOS RETABLOS, CUADROS, PIEZAS LITÚRGICAS Y DEMÁS OBRAS DE ARTE QUE LE FUERON EXPOLIADAS DURANTE EL CIERRE POR LA DESAFORTUNADA (DE JUZGADO DE GUARDIA, VAMOS) RESTAURACIÓN TERMINADA EN 1998? ¿Me va a contestar algún responsable?

sábado, 2 de diciembre de 2017

Dondequiera que estés...

A veces repetimos frases y palabras que escuchamos de otros sin pararnos a reflexionar qué significan, o más exactamente qué implican. Porque si nos detuviéramos a pensar el significado real o las implicaciones de lo que decimos, nos daríamos cuenta, muchas veces, de que la coherencia no forma parte de nuestras prioridades.
Un ejemplo de lo que digo es una frase que, en los últimos tiempos, se repite con frecuencia cada vez que muere algún ser querido, o simplemente un conocido. En realidad, la frase en cuestión se deja decir cuando ha pasado ya un tiempo (aunque sólo sean dos días) del óbito de la persona a la que nos dirigimos.
Porque la frase a que me refiero se dirige no a los más cercanos al difunto para transmitirles nuestra condolencia, sino al propio finado. ¿No han leído o escuchado con frecuencia, últimamente, esa expresión tan peculiar de «Querido X, dondequiera que te encuentres…»?
«Dondequiera que te encuentres». Ahí está la clave de las posibles contradicciones. ¿Dónde «se encuentra» un ser humano después de la muerte? Es evidente que, dicha la frase como se dice, el que la dice tiene que pensar, necesariamente, que el difunto se encuentra en un lugar o al menos en un estado en el que sea capaz de reconocer, escuchar y comprender lo que se le dice. Nadie la habla a una piedra o a cualquier objeto del que sabe a ciencia cierta que no le escucha.
Por tanto, la frase contiene, de forma implícita pero inevitable, la creencia en una vida más allá de la muerte, o al menos de alguna forma de subsistencia consciente. Y aquí viene el problema. Si quien dice la frase no cree en ninguna forma de vida de ultratumba, ¿qué sentido tiene dirigirse así a una persona de la que sabe positivamente que no va a recibir su mensaje? Por otro lado, si la persona que se dirige así a quien ha fallecido es creyente, es decir, acepta la existencia de otro mundo —o de otra dimensión, llámenlo como quieran— donde el alma del difunto existe y es capaz de percibir mensajes desde este lado, ¿qué sentido tiene decir «dondequiera que estés» si quien habla sabe, o cree saber, dónde se encuentra el alma de la persona a la que le habla?
Dicho de otra forma: si usted no es creyente, si no acepta que después de la muerte quede absolutamente nada de la persona con vida consciente, ¿por qué le habla? Lo coherente sería dejar de hablarle a esa persona en segunda persona —«tú»—, para insertarlo exclusivamente en el ámbito distante y más aséptico de la tercera persona: «él», «ella». Olvídese de hablarle a quien no va a recibir su mensaje.
Si, por el contrario, usted es creyente, tiene que creer que el finado, o su alma, está en alguna situación capaz de captar sus palabras y reconocerlas como dirigidas a él mismo. ¿Cuál es ese lugar o ese estado? Para los católicos sólo hay tres lugares posibles: el cielo, el purgatorio y el infierno. Y en ningún caso, por muy creyentes que seamos, tenemos la certeza absoluta (sólo la convicción) de que un amigo o familiar nuestro que acaba de fallecer esté en una u otra de cualquiera de esas tres posibilidades. Por tanto, podría tener sentido que usted se dirigiera a un ser querido que acaba de morir usando la consabida frase… siempre que asuma el riesgo de que esté en el infierno, en cuyo caso, sin duda alguna, no le apetecerá lo más mínimo (al alma del muerto) recibir mensajes desde este lado. Eso sí, si está en el cielo o el purgatorio, la fe nos dice que puede ayudarnos desde allí.
En resumen: si usted no cree que haya vida más allá de la muerte, no se dirija a un fallecido diciéndole eso de «dondequiera que estés». Sea coherente: si usted no es creyente, su amigo, compañero o familiar fallecido no está en ningún sitio, porque es sólo un amasijo de materia orgánica en descomposición o un montón de cenizas.