domingo, 28 de abril de 2013

Me hallará la muerte



Acabo de terminar la lectura de Me hallará la muerte, de Juan Manuel de Prada. Sigo con interés las colaboraciones semanales de este escritor en ABC, pero no sus apariciones televisivas u otras actividades que desarrolla.
     Asistí a la presentación del libro en Córdoba, hace de esto ya un par de meses más o menos. Y decidí leer el libro.
     No he leído ninguna crítica, buena o mala, que la novela haya tenido en los distintos medios de comunicación y suplementos culturales. Lo que yo escriba aquí, pues, se basará exclusivamente en mi impresión tras la lectura del libro.
     He leído la novela con mucho interés, y si no ha sido de un tirón es porque mis ocupaciones no me lo han permitido. Sabía que la novela se situaba en tiempos de la División Azul, que ésta era el fondo de la historia pero también, porque lo dijo Prada en su presentación en Córdoba, no se trata de una novela histórica, sino de una novela sobre la impostura, sobre la condición de un hombre –Antonio Expósito, el protagonista−, que tiene que vivir sobrellevando la carga de una personalidad ajena y asumiendo las deudas morales de ésta.
     La historia está perfectamente construida, como es de esperar en un escritor como Juan Manuel de Prada, y su escritura salpicada de guiños al lector, de reminiscencias literarias en forma de frases tomadas de grandes autores (Góngora, Garcilaso, Borges, Quevedo…) que se insertan con naturalidad y sin pedantería en el cuerpo del texto. Por otra parte, las periódicas repeticiones de frases ya escritas en la misma novela, a veces con cientos de páginas de por medio, sirven de perfecta ensambladura y, en cierto modo, le dan un ritmo orquestal y sinfónico.
     En cuanto al fondo histórico, hay que tener en cuenta que es eso, un fondo simplemente, poco más que un decorado. En ningún momento el autor ha pretendido reconstruir la historia tal como fue, sino sólo dotar a su narración de un marco referencial; prueba de ello es la cantidad de páginas que transcurren desde el principio del libro hasta la primera alusión cronológica concreta, una fecha de 1943. Luego, los acontecimientos que se citan –el avance hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, los años del estalinismo, el viaje del Semíramis con los supervivientes de la División, etc.− encajan la historia que cuenta con los datos externos, pero éstos en ningún caso adquieren carácter protagonista.
     Por la novela desfila una interesante nómina de personajes, bien caracterizados y, en algún caso, perfilados de forma un tanto hiperbólica; pero todos ellos humanos y representativos de una forma de vivir (o de pasar por la vida) y de una actitud ante los acontecimientos. Antonio, Carmen, Mendoza, Cifuentes, Camacho, Amparo, Nina o Becerra son tremendamente humanos, y sobre casi todos ellos –no sobre todos, desde luego− el autor derrama una suerte de ternura que provoca en el lector la solidaridad y, a veces, la reprobación. Quizá, y es un acierto de Juan Manuel de Prada, el protagonista es el único que se presenta sin valoraciones, en la desnudez de una impostura que conoce el lector, pero no el resto de los personajes.
     Para mí, lo mejor de Me hallará la muerte es su perfecta dosificación de los episodios. Como muchas buenas novelas, empieza con un ritmo lento que se va acelerando conforme pasan las páginas. Al principio, Antonio Expósito, el protagonista, es un simple delincuente de poca monta que busca una compañera para que se «asocie» en un proyecto delictivo cuyos «beneficios» serían compartidos por los dos socios. Encuentra a Carmen y comienzan a poner en práctica el plan. En varias ocasiones les sale bien, hasta que en su último intento ocurre un imprevisto y Antonio tiene que cometer su primera impostura para salvar la vida y la libertad de Carmen. Y como tiene que huir, no ve más salida que alistarse en la División Azul, pero no en la primera oleada, entusiasta y masiva, sino cuando, dos años después, empiezan a pintar bastos para los nazis. Estamos en 1943.
     En Rusia transcurre la parte central de la novela, pero no la mayor ni la más importante, aunque allí conoce a Mendoza, con el que intima, y con el que tiene un sorprendente y puramente casual parecido físico. La muerte de éste le da la macabra oportunidad de hacer sus veces, pero no lo sustituye por iniciativa propia, sino a instancias de Nina, una comunista francesa con la que Antonio ha tenido ocasión se compartir tórridas noches de sexo en uno de los campos de prisioneros. Acaba la guerra y el protagonista, Antonio/Mendoza, pasa a ser prisionero del Gulag estaliniano. Pero también muere el dictador –la historia da de una página a otra un salto de ocho años− y las nuevas circunstancias, en que la URSS intenta desembarazarse del fantasma de Stalin y su terror− permiten que los divisionarios prisioneros vuelvan a España.
     En nuestro país también las cosas han cambiado: Franco ha pactado ya con los Estados Unidos y no quiere que se recuerde, ni mucho menos se glorifique, a los hasta unos años antes «héroes» de la División Azul. En este ambiente Antonio es confundido con el alférez Mendoza y tiene que sustituirlo, lo que le permite disponer –siempre como impostor, aunque sólo él conoce su impostura− de una «familia», un trabajo y unas relaciones nuevas. Pero el protagonista hereda también las cargas y pecados familiares de la persona a la que sustituye, lo que lo introduce en un torbellino de falsos «reencuentros» y de acontecimientos que se van acelerando conforme pasan las páginas, en paralelo a la conciencia de vacío que se va adueñando de Antonio, que decide hacer borrón y cuenta nueva. Reencuentra a Carmen, que también ha tenido una historia durante su larga ausencia, y con ella pretende empezar una nueva vida en Francia. En las últimas páginas se «encuentran» los problemas y deudas de las dos personalidades de Antonio hasta que, sólo en la última página, nos encontramos con el sorprendente final: un final que a algún lector clásico le puede parecer precipitado y con flecos sueltos, pero que en una historia como la que se ha ido desenvolviendo ante nuestros ojos, y con un protagonista con las peculiares circunstancias de Antonio Expósito, no podía ser de otra forma.
     En resumen, un libro interesante, que exige del lector la continuidad de la lectura y que hace pensar en las imposturas pequeñas que todos, alguna vez, hemos cometido en nuestra vida.

28 de abril de 2013