martes, 15 de diciembre de 2015

Reflexiones sobre Izquierda Unida

He visto el spot publicitario de IU-UP. Y allá van unas reflexiones:

1. Es curioso el cambio de nombre: Primero (en las elecciones de 1977, 1979 y 1982) se presentaron honradamente con sus siglas verdaderas (PCE). Luego Anguita, que es inteligente, se dio cuenta -en 1985, casualmente poco antes de la caída del Muro de Berlín- de que en el mundo actual es indecoroso presentarse con esas siglas, que arrastran detrás millones de muertos por la opresión, el hambre y la miseria. Y cambió el nombre oficial a IU, en la que se integraron originalmente grupos pintorescos que no sumarían en total más allá de una docena de militantes, como el Partido Carlista y la Federación Progresista. En IU dijeron entonces que la coalición era un guiso, en el que el PCE eran la carne y los demás la guarnición. El Partido Carlista era un pintoresco partido tradicionalista y revolucionario (toma ya oxímoron) fundado por el cacao mental de un pretendiente a la corona por la rama carlista llamado Carlos Hugo de Borbón. La FP liderada por Ramón Tamames fue la formación creada en una mesa de café por este histórico tránsfuga, un personaje que fue catedrático de Economía que se las dio de intelectual en el tardofranquismo (escribió libros de historia sin ser historiador) y que, después de pasar por el PCE (fue su candidato a la Alcaldía de Madrid en 1979), renegó de la hoz y el martillo para fundar ese micropartido y finalmente se colocó en la órbita de Aznar, momento en el que se le perdió la pista. Bien ganado tiene, pues el título de Vicario General de la Congregación de los Tránsfugas, cuyo sumo pontífice, ya fallecido, será eternamente Francisco Fernández Ordóñez.

Éste es el origen real de IU, una formación que, al mismo tiempo que ocultaba el nombre del Partido Comunista en las convocatorias electorales, iniciaba -de la mano férrea de leninista impenitente de Anguita, que se erigió como Califa Rojo de Córdoba antes de dejar tirada a la ciudad a los dos años de que le regalara una histórica mayoría absoluta- un proceso de radicalización que rompía con el buen trabajo que el PCE había hecho en la Transición y que, si en un principio le dio buenos réditos electorales, fue degenerando hasta la actual situación de IU, que no es otra cosa que un depósito de Residuos Sólidos Humanos.

2. Ahora, viendo que el nombre de IU está amortizado, quieren renovarse y le dan un viejo nombre, UP, Unidad Popular, que tiene ecos de Salvador Allende y la épica misticosa del Chile que preparó el camino a Pinochet y su dictadura. Quizá a Alberto Garzón le gustaría haber llamado a su "nueva" coalición con un nombre más castizo, como por ejemplo Frente Popular de Izquierdas, ya que a ellos les gusta evocar -lo hacen con frecuencia, sobre todo porque no tienen nada que ofrecer de cara al futuro- la Guerra Civil de 1936, y quién sabe si repetirla, a ver si esta vez la ganan.

3. Voy al vídeo. Sale el rostro juvenil y aparentemente inocente de Alberto Garzón. Parece un buen chico y un político preparado, pero hay que desconfiar a la vista de lo que tiene detrás, y sobre todo de quiénes tiene a sus órdenes: basta ver a su siniestro Pedro García, portavoz de IU en el Ayuntamiento de Córdoba y posiblemente el político más impresentable que ha tenido la coalición en sus muchos años en nuestro Consistorio (y eso que el corrupto prevaricador de Herminio Trigo puso difícil el registro y alto el listón).

Sigo. Sale un primer plano de Alberto Garzón (yo me cambiaría de apellido, por cierto, huele a prevaricación aunque Alberto sea, de momento, inocente de tal delito) y dice "Venimos de muy lejos". El espectador ve entonces a Salvador Allende (1973), unas fotos retocadas de la Revolución de los Claveles (1974) y La Pasionaria en el Congreso (1977). Imágenes todas que se sitúan antes de la caída del Muro de Berlín, seguramente porque después de 1989 la ideología que sustenta todavía a esos soñadores no ha tenido nada que ofrecer al mundo, o lo que ha ofrecido es tan vergonzoso que no le parece procedente recordarlo

Si esas imágenes evocan algo en gente de 50 años para arriba, dudo mucho que sugieran nada a quienes tienen menos de esa edad. Pero -y aquí es a donde voy- a IU-UP-PCE etc. se le ha olvidado incluir algunas imágenes de ese pasado tan mítico que quieren evocar, y que podrían dar una idea más exacta de su mensaje y sobre todo de sus propósitos. Yo creo que en la filmoteca o el archivo de IU-UP-PCE deben de tener por ejemplo imágenes más ilustradoras de lo que realmente son, por ejemplo:

a. Rafael Alberti, el poeta, departiendo amistosamente con su admirado Stalin.
b. Pol Pot dirigiendo un pelotón de purificadores de Camboya y liberando al país de burgueses y capitalistas.
c. Las multitudes entusiastas y alegres de la Corea del Norte actual, a la que los jóvenes comunistas españoles no dudan en ofrecer homenajes de vez en cuando.
d. Tanques soviéticos entrando en la plaza de San Wenceslao de Praga, o el joven Jan Pallach quemándose a lo bonzo para que el mundo no se olvidara de Checoslovaquia (se olvidó pronto).
d. El Conducator Nicolau Ceaucescu inaugurando alguna de las grandes obras que el pueblo de Rumanía levantó en la época de este gran líder.
e. Alguna foto de Paracuellos, o del Gulag, aunque sé que no hay muchas de este último.
f. Y, por supuesto, se le olvidó esta foto:
Es, en efecto, una foto que recuerda a los ciudadanos que perdieron la vida al huir del Paraíso de la Clase Obrera, desconocedores como eran del infierno que les esperaba en la Alemania capitalista.

Una última observación. Al final del spot el señor Garzón lanza su frase de campaña, su eslógan: "Por un nuevo país". Sobre este punto preguntaría yo a Garzón o a cualquiera de su cuerda: "¿Cómo se llama ese país nuevo que ustedes quieren hacer?", o dicho de otra forma, "¿por qué demonios no utilizan ustedes nunca jamás el nombre de nuestro país, que tiene un nombre y es España?". Es curioso, ni una sola vez en las últimas décadas, ni una sola vez, los comunistas disfrazados en IU han empleado en sus documentos, mítines y mensajes la palabra España como nombre propio, si acaso han hablado de una cosa que llaman "Estado Español" y que no sé exactamente qué designa. Yo creo que incluso les gustaría arrancar la E de las siglas de la formación matriz de la coalición, el PCE.

Termino con una pregunta: ¿Puede alguien de IU-UP-PCE explicarme el porqué de su odio a la palabra ESPAÑA, su desprecio al nombre de un país que, les guste o no, es el suyo?

domingo, 6 de diciembre de 2015

Reflexiones ante la cita electoral del 20-D


Curioso. El único partido que va a salir menos contaminado de los pactos postelectorales, porque irremediablemente los habrá, va a ser el PP. Curioso realmente, y el favor se lo han hecho los tres partidos (PSOE, C’s y Podemos) que presumiblemente van a ocupar las posiciones segunda, tercera y cuarta en los comicios, aunque no necesariamente en el orden en que las acabo de poner.


¿Por qué digo que sólo el PP va a salir incólume? Porque si gana en escaños, sólo pueden pasar dos cosas:

1. Para gobernar si gana, el PP tendrá que aliarse con alguien, presumiblemente C’s (sea éste el segundo, el tercero o el cuarto), aunque a mí no me resultaría repugnante un pacto a la alemana entre PP y PSOE si los socialistas españoles tuvieran la dignidad, la claridad y de ideas y el sentido de la democracia y del Estado que tienen sus homólogos alemanes o el patriotismo y la unidad de sus correligionaros franceses. Un pacto PP-C’s supondría, sin duda, algunas renuncias y concesiones por parte de los populares, pero también de los naranjas; el alcance de estas concesiones no está determinado, y dependerá del número final de escaños, pero sin duda algo de erosión habrá de producirse en los programas electorales respectivos. Si se abre este escenario y el PP, con o sin Rajoy a la cabeza, gobierna otros cuatro años, la experiencia nos dice que es evidente que en estos casos quien sale ganando es el grande, o sea, en este caso, el PP. Bastan tres ejemplos: en 2000, Aznar, que había llegado al poder en 1996 sin mayoría absoluta, tuvo que hacer grandes concesiones a los nacionalistas para vivir en La Moncloa, y cuatro años después arrasó con una mayoría absoluta incontestable; un año antes, en 1999, los seis concejales del PSOE en Córdoba capital apoyaron a Rosa Aguilar como alcaldesa de IU (los comunistas tenían once) para desbancar al popular Rafael Merino, que aunque había subido en dos concejales y tenía catorce se quedó a uno de la mayoría absoluta. ¿Qué pasó en 2003? Que doña Rosa, muy en su papel, devoró a sus mariachis del PSOE dejando los seis de 1999 en cuatro, cifra que se ha mantenido durante tres legislaturas (y encima el PSOE la hizo consejera, ministra y ahora otra vez consejera, en un curioso caso de favorecer a quien machacó a los del puño y la rosa cuando no eran de su cuerda). El tercer ejemplo es de libro: se trata de cómo el PSOE ha fagocitado ‒hasta hacerlo desaparecer‒ al histórico PA a base de la inteligente estrategia de darle carguillos, consejerías y otras prebendas a los andalucistas cada vez que han necesitado su apoyo para cuadrar matemáticamente en la Junta, Ayuntamientos o Diputaciones (y calmado la agobiante sed de poder que tenían los de Rojas Marcos y Pacheco).

En resumen, en una coalición de gobierno entre dos partidos de desigual representación, el pez grande se come al chico. Como casi siempre en esta vida, por supuesto.

2. Si gana el PP y C’s no llega a un acuerdo de gobierno con los populares (e incluso si no gana el PP), la única salida sería un Gobierno a tres bandas (siempre que los resultados reales se aproximen a lo que vaticinan las encuestas). El único denominador común de este Gobierno sería el odio al PP, en una reedición con coletas y sonrisas del malhumorado Pacto del Tinell, cuyos resultados ya conocemos a medio plazo (una victoria arrasadora del PP en 2011).
Pero, ¿de verdad es posible un Gobierno con tres partidos como el PSOE, C’s y Podemos? Si llega a ser posible y real, queda en evidencia que los tres han mentido al electorado en la campaña. Porque, seamos serios, no parece que las propuestas económicas de Rivera se parezcan mucho a las de Pablo Iglesias, ni el sentido de la unidad de España, sin cesiones a los nacionalismos y menos a los separatismos, que tiene Ciudadanos encaje bien con los innumerables apaños del PSOE, que como se ha visto es capaz de juntarse con separatistas, etarras, perroflautas y antisistema con tal de impedir que gobierne el PP (véase lo ocurrido en Ayuntamientos como los de Cádiz y Madrid, y esperen cuatro años a ver qué queda del PSOE en esos Consistorios).

Si, como digo, llegara a materializarse ese gobierno a tres con PSOE, C’s y Podemos (aunque no necesariamente en ese orden), está claro que viviremos una legislatura entretenida para periodistas, tertulianos y columnistas varios, pero la ciudadanía real estará asistiendo a un esperpento que Valle-Inclán hubiera sido incapaz de imaginar: un esperpento de incertidumbre, una auténtica merienda de negros en el banco azul, que el PP vería desde fuera, sufriendo como el resto de los ciudadanos pero sin mancharse de las excrecencias que indudablemente tal batiburrillo generará. Y eso sí, en unas condiciones así es absolutamente imposible que la legislatura dure cuatro años enteros: habrá que darse con un canto en los dientes si dura veinticuatro meses. Con ello se habrá manifestado una de las ventajas de acabar con el bipartidismo: una vida política a la italiana, con la inestabilidad institucionalizada, atomización del Parlamento y elecciones cada dos por tres.

En resumen, si el PP gobierna con apoyo externo tras las elecciones del 20-D la probabilidad de que el apoyador resulte menguado en los siguientes comicios es muy elevada: la experiencia lo avala. Y si no gobierna el PP, el tripartito que se forme sería un estrepitoso fracaso no por lo que hicieran los populares en la oposición, sino por las zancadillas internas que empezarían a producirse entre los tres socios. Porque también aquí tenemos experiencia: en lo que llevamos de democracia (más años que el franquismo ya), los experimentos de tripartitos (Cataluña) o polipartitos (¿alguien recuerda el pentapartido que malgobernó en Baleares hace un par de legislaturas?) demuestran que siempre acaban en fracasos estrepitosos.

Finalmente unas observaciones. Si los resultados electorales se aproximan a lo que dicen las encuestas, el escenario político de España será inédito desde la muerte del dictador, con los siguientes rasgos destacados:

1. Desaparición en la práctica del PCE y sus herederos formales. Aunque IU había abandonado la posición sensata y democrática de los primeros años del PCE en la democracia (que quedó atrás con la canonización de Anguita en la secretaría general), ahora Garzón tendrá el dudoso honor de ser el responsable de su certificado de defunción.

2. Pérdida absoluta de capacidad decisoria de los partidos nacionalistas, y no ya por el harakiri que algunos de ellos (fundamentalmente CiU) han practicado sobre sí mismos en el altar del independentismo. El PNV seguirá con su representación habitual, más o menos, pero no podrá decidir ni chantajear al Gobierno central (y con ETA silenciada, que no muerta, menos aún).

3. Preocupante desmembración del PSOE. Con la representación que se le vaticina, y con independencia de que gobierne o no, el PSOE va a obtener la más baja representación parlamentaria desde el restablecimiento de la democracia. Los socialistas tendrían que hacérselo mirar, aunque si gobiernan sabrán disfrazar su fracaso ‒son habilísimos para eso‒ con los logros que obtengan en el Gobierno, por pírricos que éstos sean.

4. Ascensión contundente y preocupante de la extrema izquierda antisistema (fundamentalmente por la citada desmembración y pérdida del sentido de Estado por parte del PSOE). Aunque Podemos ha suavizado mucho el lenguaje en los últimos meses, o precisamente por ello, aún no están claras sus verdaderas intenciones y su ideología real. Presumiblemente no tienen pinta de hallarse a gusto en una democracia como la nuestra, al menos a mí me lo parece. Y prefiero no esperar a que estén en el Gobierno para comprobarlo.

5. Renacimiento con C’s de un partido de centro. Desde 1982, España necesitaba un partido de centro, quizá no tan grande como la UCD pero sí con una capacidad suficiente para arbitrar y dialogar a dos frentes. Sé que hay quien dice ‒el PSOE principalmente‒ que Ciudadanos es la nueva derecha, pero también se les acusa desde el PP de ser una izquierda renovada (algunas propuestas naranjas avalan esta idea). Pues si a un partido los de izquierda los acusan de ser derecha, y los de derecha de ser izquierda… es porque es de centro. Verán como nadie acusa a Podemos, por ejemplo, de ser de derechas.

6. A diferencia de lo que ocurre en otros países de nuestro entorno, la extrema derecha radical (tipo Le Pen) sigue sin tener representación en España. Es tranquilizador, aunque si Falange, por ejemplo, sacara 25 o 30 diputados la situación sería muy preocupante… pero no más, al menos para mí, que una representación similar de Podemos o cualquier partido como la CUP, Ganemos o cualquier otra marca blanca del populismo. Eso sí, un Parlamento con veinte o treinta radicales de Podemos y otros tantos falangistas sería una emergencia nacional.



Es todo, señorías.

sábado, 21 de noviembre de 2015

¿Raíces cristianas?

En el hotel de Bamako secuestrado por terroristas musulmanes el 19 de noviembre, los asaltantes pedían a la gente que recitara de memoria suras del Corán para comprobar que eran "de los suyos", y a los que los sabían los iban soltando.


No es la primera vez que los terroristas musulmanes hacen una cosa así. Y ya saben lo que han hecho y sin duda volverán a hacer: los que no sabían recitar suras del Corán eran asesinados sin contemplaciones, o en el mejor de los casos seguían retenidos y torturados.

No se tiene noticia de que ningún musulmán en esa situación se haya solidarizado con sus compañeros secuestrados negándose a recitar suras del Corán aunque las supiera; sin embargo, esa sí que hubiera sido una buena ocasión de ser auténticos mártires del Islam. (No recuerdo el caso de San Maxilimiano Kolbe para no herir susceptibilidades).

Pero mi pregunta ahora es otra.

En el mundo actual no hay ni un solo grupo ni grupúsculo terrorista internacional que ejecute sus atrocidades en el nombre del Cristianismo, ni uno solo, ni una sola persona. (Ya sé algunos sacarán a colación el Ku Kux Klan, pero no me sirve: no es específicamente cristiano y no actúa fuera de Estados Unidos).

Pero imagínense que lo hubiera. Que actuara en nombre del Cristianismo. Y que, en un secuestro masivo, obligara a los rehenes a recitar el Padrenuestro o el Credo para ponerlos en libertad.

Imagínense ahora que cometen una tropelía de ese calibre en cualquier país de Europa. En Francia, por ejemplo, o en España, Alemania o Gran Bretaña. Y que exijan a sus víctimas no ya que expliquen qué pasaje del Evangelio se recoge en San Mateo, capítulo 16 versículo 18, sino algo tan simple como recitar el Credo, o el Padrenuestro. ¿Qué porcentaje de franceses, británicos o españoles, incluso católicos de los que van a misa y -en el caso de nuestro país- sacan pasos de Semana Santa o no se pierden una romería del Rocío son capaces de decir el Credo o el Padrenuestro sin la apoyatura de la voz de los demás, es decir, de pura memoria personal? Yo creo que los terroristas se quedarían alucinados del bajísimo número de fieles "cristianos" que quedan en Europa. Por favor, no me vengan con matizaciones, Incluso aceptando que se puede ser cristiano sin ir a misa los domingos, no puedo comprender que alguien se diga cristiano y no sepa el Padrenuestro (lo del Credo ya es para nota). Acepto incluso se alguien sepa el Padrenuestro de memoria sin ser cristiano ni por asomo, sólo por haberlo aprendido de chico a la fuerza o por razones meramente culturales. Pero aun así mi pregunta sigue en pie: ¿Qué porcentaje de europeos sabe recitar el Padrenuestro?

O simplemente, aborde usted por la calle a cualquier ciudadano por cualquier calle de su vecindad y pídale que le recite el Padrenuestro. Verán lo que queda, en términos reales, de eso que llaman "las raíces cristianas de Europa".

martes, 6 de octubre de 2015

Imagine... Ante un mundo sin religión

Imagine there's no countries
It isn't hard to do
Nothing to kill or die for
And no religion too
Imagine all the people
Living life in peace...

A pesar de lo que diga John Lennon en su canción más conocida, no me apetece imaginarme un mundo sin religión. En realidad, Imagine, que tanto incrementó su fama y su dinero a comienzos de los 70, está llena de tópicos baratos y sensibleros, propios del mundo hippy que tanto contribuyó Lennon a formar y a mitologizar (por cierto, ¿no es la mitología una forma de religión, incluso una forma previa, parcial e incompleta?).

Pide el cantante y compositor a su oyente, en la estrofa que encabeza esta entrada, que se imagine "que no hay países, al fin y al cabo no es tan difícil, nada por lo que matar o por lo que morir, ni religión..." Y de ello extrae la conclusión de que, sin países ni religiones, "todo el mundo vivirá su vida en paz".

Pues no, yo no comparto esos deseos. No porque -Dios me libre de pensar lo contrario- yo no desee que todo el mundo viva en paz, sino porque, y ahí es donde está el error de Lennon, éste deja entrever, en la simplicidad de esta estrofa, que lo que impide que la gente viva su vida en paz es por un lado la existencia de países y de religiones. Y por ahí no paso, por mucho que lo diga este santo laico y kitsch del siglo XX, tan new age, tan paulocoelhista avant la lettre en algunas de las letras de sus canciones.

Lo que impide que la gente viva su vida en paz no es la existencia de fronteras ni de religiones, sino la ambición, el orgullo y la prepotencia, defectos y actitudes que -permítanme que les diga- estoy totalmente seguro de que existirían también si los países y las religiones nunca hubiesen aparecido sobre la faz de la tierra: entre otras cosas, porque las únicas sociedades contemporáneas donde la religión ha sido formalmente suprimida, es decir, las que han padecido regímenes como el nazismo y el comunismo, no se han caracterizado precisamente por una existencia más libre, armónica o solidaria de las personas que tuvieron la desgracia de nacer o vivir bajo su égida.

Pero hagámosle caso por una vez a la balada e imaginemos un mundo sin religión. Imaginemos que nunca hubiera existido en el mundo ninguna religión, que todos los hombres de todos los tiempos hubieran mirado siempre el universo sin hacerse preguntas ni fabricarse respuestas: es decir, si se hubieran limitado a vivir exclusivamente para la satisfacción de sus necesidades primarias, materiales e instintivas. Por lo pronto, si así hubiera sido, Lennon no habría escrito esa canción, ni ésta le habría reportado sus buenos dividendos en forma de fama (que en esos momentos, principios de los años 70 del siglo XX, bien poca falta le hacía ya) ni de dinero (del que ya estaba bien atiborrado en esas fechas); pero eso es muy secundario.

¿Un mundo sin religión? Bien, entonces no habrían existido, por ejemplo, las Pirámides de Egipto, ni el Partenón de Atenas, ni el Panteón de Roma (ni por tanto el de París), ni la Capilla Sixtina, ni la música de Bach, ni los Réquiem de Mozart o de Verdi, ni las catedrales góticas, ni la Mezquita de Córdoba, hoy Catedral, ni la Cúpula de la Roca de Jerusalén, ni Santa Sofía de Constantinopla, ni el Taj Majal, ni las pagodas de Rangún, ni los templos mayas o aztecas... ni el Cantar de los Cantares ni el Bhagavad-Gita, sin olvidar que todas las obras que menciono, que son sólo simples botones de muestra -entre millones que podría alegar- han generado a su vez innúmeras secuelas asimismo maravillosas en todos los tiempos y lugares ... ¿Sigo? Nada de eso existiría en el mundo ideal que propone la canción, en un mundo sin religiones. Quizá John Lennon, Karl Marx o Kim Jon-Un desearían que hubiera un mundo así, pero yo, ¿qué quieren que les diga? yo, que no tengo -Dios me libre- ni la fama de Lennon ni muchísimo menos su ingente fortuna, no puedo ni quiero imaginarme un mundo sin esas maravillas, porque ellas son las que han modelado mi mente, mi espíritu y mi vida, y como la mía la de miles de millones de personas a todo lo largo y ancho de la historia humana.

Concedo que, en muchas más ocasiones de las que sería deseable, los hombres han usado la religión -o las fronteras territoriales- como coartada para el ejercicio de los más abyectos ejercicios de violencia y crueldad que se pueda imaginar. No voy a poner muchos ejemplos, pero las Cruzadas del Cristianismo medieval y las Guerras Santas de todos los tiempos del Islam son suficientes.

Sin embargo, yo me pregunto: ¿Hubieran vivido los hombres siempre sin conflictos, siempre en paz y armonía consigo mismo y con sus semejantes, si nunca hubieran existido las religiones ni los países? ¿No será que las guerras en nombre de la religión han sido sólo la vestidura de que se han apropiado en muchas ocasiones la ambición, el egoísmo y la prepotencia de los seres humanos para dar tienda suelta a unas inclinaciones que existen en el ser humano al margen de que sean o no religiosos? ¿Acaso las personas que no tienen religión ninguna son, por este mero hecho, pacíficas, tolerantes, respetuosas o equilibradas consigo mismo y en sus relaciones con los demás? ¿No es cierto que, si bien -en demasiadas ocasiones- los seres humanos han cometido crímenes horribles en nombre de la religión, al mismo tiempo ésta ha servido, en otras ocasiones, como bálsamo que cure los efectos de esas guerras o que, incluso, las hayan prevenido y evitado? No es fácil hacerlo, pero hay que meter en el mismo saco de hombres religiosos, por un lado a los promotores de las Cruzadas y a los líderes del Estado Islámico, pero por otro a Francisco de Asís, Mahatma Ghandi o Teresa de Calcuta, ejemplos que como es bien claro manifiestan dos comportamientos radicalmente contrapuestos.

Y yendo más allá: ¿Habría avanzado la ciencia sin ese preámbulo imprescindible que le fue en su momento la mitología? El avance de la ciencia se topó y se sigue topando con la resistencia de personas o grupos religiosos, pero no es menos cierto que a la ciencia, sobre todo la ciencia experimental, esos obstáculos le resultaron tremendamente útiles como punto de partida, al menos para promover la investigación que pusiera de manifiesto su inconsistencia.

¿Habría sido posible -no en nuestro tiempo, que tampoco lo sé, sino hace dos mil, mil o quinientos años- una ética sin más referente que el pretendido buenismo congénito del ser humano (en el que yo, personalmente, no puedo creer porque la vida real y los informativos me disuaden a diario)? Permítame el señor Lennon, allá donde se encuentre, que lo dude con toda mi capacidad de dudar.

El problema es que seguramente Lennon, como sus tres compañeros de Liverpool, tenía una más que ajustada, por no decir mínima, formación cultural y humanística. Y el éxito que sacudió sus existencias les permitió hacer llegar a millones de personas en todo el mundo una serie de mensajes simplones, fáciles y sobre todo cómodos de creer y de asimilar, pero que -como ocurre con la estrofa que abre estas líneas- no resisten un análisis sosegado, racional y fundamentado en sólidos argumentos; al menos, no lo resisten sin precisiones, correcciones o rectificaciones.

Tuvo éxito la proclama, no obstante. Hoy, casi medio siglo después de esa canción y 35 años después de la muerte de John Lennon -una muerte que, por otra parte, contribuyó a convertirlo en un mito y a muchos de sus seguidores en fieles de, vaya por Dios, una nueva religión-, las cosas siguen en la linea que trazaron esas proclamas: la gente, sobre todo en Occidente y en especial a raíz de la generalización del uso de las redes sociales, se deja llevar mayoritariamente por mensajes en apariencia fáciles, simples, agradables de decir y de escuchar, cómodos se aplicar porque no exigen una ética personal rigurosa con uno mismo y dejan siempre las exigencias y las obligaciones en manos de los demás. Un simple vistazo al mundo actual, a los medios de comunicación, a las redes sociales, demostrarán que llevo razón, hasta tal punto que en los últimos tiempos ni siquiera el Papa o el presidente de los Estados Unidos, por poner dos tótems que han sido representados como poderes de este mundo, han podido o querido resistir a esa oleada de blandenguería intelectual y ética que inunda nuestro mundo con su espuma perfumada, quizá con el objetivo de camuflar la pestilencia totalitaria que avanza a pasos agigantados por Occidente. Porque la historia nos dice que Roma no cayó por la acción de un enemigo exterior, sino corroída por sus males internos, por el abandono de sus ideales republicanos: los bárbaros -que, a diferencia del poema de Kavafis, sí existen y esperan sin prisa pero con firmeza su llegada- no destruyeron nada, sino que se limitaron a firmar el certificado de defunción de un muerto que ya se había suicidado sin ayuda ajena.

martes, 7 de abril de 2015

Una reflexión después de Semana Santa

Sobre la Semana Santa, y en Córdoba –seguramente también en otros sitios–, se dicen muchas falacias, se repiten muchas mentiras que, a base de propalarse una y otra vez, todo el mundo acaba por creerse, especialmente los que de forma interesada esperan sacar de ellas alguna rentabilidad política, económica o social.

     Hace unos años, en una misa de Domingo de Ramos, el párroco dijo en la homilía que «hay vacaciones porque es Semana Santa, no es que se haya puesto la Semana Santa en una época de vacaciones». Con eso quería decir el buen sacerdote que primero fue y es la celebración religiosa, luego vino lo que la historia y el arte han generado a su alrededor en nuestra tierra, y después, mucho después, las vacaciones y el turismo, costumbres que como sabemos llegaron a nosotros hace bastante menos de un siglo.

     Completando el razonamiento del párroco citado, tanto los distintos presidentes que se han sucedido en la Agrupación de Cofradías como los alcaldes y la alcaldesa que han ido calentando el sillón principal de Capitulares en las últimas décadas han repetido la misma frase: «Córdoba se llena de turistas en Semana Santa porque tenemos una Semana Santa magnífica y bla, bla, bla». O sea, que para ellos la gente de fuera viene a Córdoba a ver la Semana Santa, a ver las procesiones, los pasos y las cofradías.

     Pues no. Dándole la vuelta a la tortilla que lanzó al aire el cura en su sermón, yo creo que los turistas vienen a Córdoba en Semana Santa porque es tiempo de vacaciones, el primer gran puente de primavera. Y luego, de resultas, pero sólo de resultas y a modo de añadidura o propina generosa, se encuentran con una Semana Santa que casualmente –por el trabajo de las cofradías y de nadie más– es una de las más interesantes de Andalucía, aunque no acaba de acercarse ni de lejos al eje Sevilla-Málaga que se traza en estos días.

     Porque esos mismos turistas que vienen de fuera y llenan los hoteles vienen sobre todo a ver la Mezquita (y también la Catedral, que resulta estar en el mismo sitio que la Mezquita), a pasear por la Judería, a darse un salto a Medina Azahara, a probar el salmorejo y los rabos de toro y a sufrir el asalto de las gitanas que le ofrecen romero o buenaventuras en la calle Torrijos… Es decir, vienen a hacer lo mismo que harían en Córdoba en cualquier época del año, con independencia de que haya procesiones o no.

     Llevo muchos años –cinco menos de los que marca mi DNI– viendo procesiones de Semana Santa, metiéndome entre las bullas, sorteando abuelitas apalancadas o familias que utilizan un niño en cochecito para impedir que los demás puedan moverse… y entre esa masa apenas oigo hablar idiomas extranjeros o español con un acento distinto del cordobés. No tengo ni la más mínima duda de que el porcentaje de personas que vienen -por ejemplo- de Madrid, Barcelona o Bilbao (y no digamos nada de París, Munich o Bruselas) a ver expresamente las procesiones cordobesas ni siquiera aparecería en las estadísticas. El público espectador de la Semana Santa es abrumadoramente local: si acaso a veces se ve algún turista despistado, casi siempre nacional. En noches de Semana Santa no hay muchos madrileños ni catalanes en Bocadi ni en Casa Lucas, como no hay a mediodía muchos cordobeses en El Bandolero; tampoco se ven muchos forasteros en la recogida de Ánimas, contemplando a la Paz por los jardines de Colón o acompañando a la Agonía en la Fuente de la Salud. Y no digamos nada de los palcos y sillas, ya que ni uno solo de los palcos, ni uno solo, tiene la posibilidad de ser reservado y ocupado por visitantes de fuera.

     Hace unos años se presentó un prolijo estudio económico del impacto económico de la Semana Santa de Córdoba en la ciudad, y se daban cifras elevadísimas. El trabajo –de cuyo rigor no voy a dudar, pues soy analfabeto en economía– llegaba al extremo de precisar en qué medida la Semana Santa beneficiaba, por ejemplo, a los vendedores mayoristas de tomates por su mayor demanda en los restaurantes. Ya digo, no voy a dudar de la seriedad de ese memorándum, pero si al principio me parecieron desorbitadas sus cifras, ahora lo que puedo afirmar tranquilamente es que ese impacto económico no se produce como consecuencia directa y necesaria de que hay 37 cofradías en la calle haciendo estación y repartidas entre seis días de procesiones. Ahora afirmo con rotundidad que ese impacto económico se produce… simplemente porque viene mucha gente aprovechando las primeras vacaciones del año.

     Si alguna vez, por las razones que fuera –y Dios no lo permita– todas las cofradías anunciaran de antemano que no harían estación, que se quedarían en sus templos sin montar siquiera las imágenes en sus pasos, estoy seguro de que el número de visitantes foráneos, tanto españoles como extranjeros, no descendería de forma significativa; sí bajaría, sin duda, el impacto económico, pero exclusiva o al menos principalmente por la bajada brusca del consumo local, es decir, por lo que los propios cordobeses dejaríamos de gastarnos en bares y cafeterías (en Semana Santa no nos gastamos nada en hoteles y muy poco, poquísimo, en restaurantes). Es más, cuando la lluvia malogra en todo o en gran parte las salidas procesionales, a los responsables de los hoteles y restaurantes les da exactamente igual, porque el nivel de ocupación, siempre alcanzado mediante reservas previas, no se modifica de forma sustancial; otra cosa, desde luego es lo que ocurre en bares y cafeterías, ocupadas principalmente por público local.

     Tampoco puede alegarse que vienen turistas porque la Semana Santa cordobesa esté declarada «de Interés Turístico Nacional de Andalucía». Aparte de que la forma lingüística de la denominación tiene tela marinera, son ya tantas las Semanas Santas declaradas de Interés Turístico en sus distintas categorías que contar con esa distinción apenas tiene ya valor distintivo: ¡si hasta la Semana Santa de Palenciana, dicho sea con todos los respetos, tiene la misma categoría! Y es que no creo que un turista, por ejemplo de Zaragoza o de Montpellier, que quiera venir a Andalucía en Semana Santa, se ponga a seleccionar su destino descartando los lugares que no tengan una Semana Santa de Interés Turístico. Si viene a Córdoba es porque es Córdoba, y no porque cuente con una discutible distinción que ni siquiera figura en los carteles de Semana Santa.


     Pero pasa lo mismo todos los años. Acaba la Semana Santa y si –como ha ocurrido este año– el tiempo se ha comportado y ha permitido la salida de todas las cofradías, el alcalde y el presidente de la Agrupación echan las campanas al vuelo y celebran la magnífica Semana Santa que tenemos, la aportación que hacen las cofradías a la ciudad, el impacto económico de las procesiones, bla, bla, bla… Y se repite la falacia una vez más, hasta el año que viene.