martes, 1 de julio de 2014

LAS LETRAS NO SIRVEN PARA NADA

Hace unos días, el diario ABC de Córdoba publicaba una entrevista con María Barral Gil, la chica cordobesa –alumna del IES Séneca, por más señas− que ha obtenido la calificación más alta en la Selectividad de la UCO en la convocatoria de junio. En la entrevista, María mostraba su deseo de estudiar la carrera de Filosofía, lo que debió de sorprender a algunos que –esperando que optara a Medicina, una ingeniería, una LADE o cosas así− no tardaron en mostrar su desagrado, como diciendo «qué pena de cerebro desperdiciado».

Algo parecido ocurrió, y fui testigo, unos días antes de la noticia que acabo de referir. Estaba yo en la evaluación de un grupo al que había dado clase, y al llegar a Julio, un alumno brillantísimo que ha sacado un diez en todas las asignaturas, a alguien −¡a uno de los mismos profesores que le habían dado clase!− se le escapó un «¡Qué lástima!» cuando se supo que dicho alumno había anunciado su intención de cursar la carrera de Filosofía y Letras, concretamente en la especialidad de Historia.

Sigo recordando. Hace un año Miriam, una chica del instituto donde doy clases y que terminó su Bachillerato, dejó estupefactos a tirios y troyanos, nunca mejor dicho, cuando se matriculó en primer curso de Filología Clásica. Y lo curioso del caso es que a lo largo de estos meses me he cruzado algunas veces con ella y parecía inmensamente feliz con su elección, pese a los negros augurios que le pronosticaban los profetas de la modernidad.

¿Me voy más lejos en el tiempo? Cuando –hace sólo 44 años− decidí estudiar el Bachillerato de Letras oí comentarios como que «las Letras son cosa de niñas» y que, por supuesto, «las Letras no sirven para nada». Esto último es una opinión que, con el paso del tiempo, se ha ido consolidando hasta convertirse en un dogma que, como todos, es una verdad indiscutible que hay que creer sin pararse a pensar o discutir, porque entonces dejaría de ser dogma.

Las Letras no sirven para nada, desde luego. Porque si nos ponemos a pensar qué es lo que realmente sirve de algo en esta vida, veremos que son muy pocas cosas: en realidad, lo único que sirve para algo es comer todos los días y protegerse mínimamente de las inclemencias meteorológicas. Vivir, lo que se dice vivir, se puede vivir sin haber leído a Homero, sin saber quién fue Platón, sin haberse acercado a la teoría del conocimiento de Kant o sin tener una noción clara de lo que pasó en España entre 1936 y 1939, por poner tan sólo unos ejemplos, todos ellos del ámbito de las Letras. Pero también podríamos vivir sin AVE, sin teléfonos –móviles o de sobremesa− y sin hospitales de alta resolución: al fin y al cabo, la Humanidad ha sobrevivido decenas de miles de años sin ninguno de estos adelantos y ha llegado al momento presente. Puestos así, tampoco la Ingeniería ni la Medicina sirven para nada.

Pero la Ingeniería y la Medicina sí sirven: la primera nos facilita la existencia y entre otras cosas hace más cómodos y rápidos los desplazamientos -aunque tampoco es imprescindible desplazarse para seguir vivo-, y la segunda nos ayuda a ahuyentar, aunque siempre de forma provisional, el fantasma del dolor y de la muerte.

¿Y las Letras? Ayer mismo, sin ir más lejos, una persona me contó que había tenido acceso a un informe de tipo técnico, redactado por un ingeniero, número uno de su promoción: afirmaba esta persona que el informe «no había por donde cogerlo» ya que era tal era su saturación de errores ortográficos, patadas a la sintaxis y expresiones incorrectas que no hubo más remedio que mandar a la papelera –por incomprensible− el dichoso informe de un ingeniero que, eso sí, había sido el número uno de su promoción.

El utilitarismo ramplón inunda nuestra sociedad de una forma más contaminante, peligrosa e invisible que el agujero de la capa de ozono, que no ha sido producido por lo mucho que se ha debatido la autoría de la Ilíada y la Odisea sino, precisamente, por la adoración al Becerro de la Utilidad, del confort y del sentido práctico, ya que su aparición se ha debido... al avance de la Ciencia y la Tecnología.

Yo me alegro de que entre la juventud actual haya todavía estudiantes que admiren el valor de la belleza, del arte y de la reflexión y no sucumban ante los tótems que les quieren imponer, llámense Ingenierías, Tecnologías o Administración de Empresas, por muy loables y necesarias que sean estas actividades. Precisamente lo que falta en el mundo es tiempo material y espacio mental para la Humanidades, que como su nombre indica son las que nos sacan de la simple animalidad; hacen falta, como siempre, personas que dediquen su vida a la reflexión y a la libertad del espíritu, que es algo que sólo pueden dar la Historia, la Filosofía o la Cultura Clásica. Por eso felicito de todo corazón a personas como María, Julio o Miriam.