domingo, 19 de mayo de 2013

Lo que da de sí una simple foto





 Veo en mi abundante y desordenado archivo fotográfico una instantánea tomada en la Parroquia de San Pedro el Domingo de Pasión de un año que no puedo precisar, aunque debe de ser de entre 1977 y 1982: de después de 1982 es imposible que sea, porque el original tiene un formato (9x13) que a mediados de ese año dejó de comercializarse al ser reemplazado por el hoy vigente de 10x15. En cualquier caso, es ineludible que sea de antes de la Semana Santa de 1983, porque en verano de 1983 la imagen del Cristo de la Misericordia fue sometida a la restauración que le practicó Rafael Rivera Valle, en la que desaparecieron –en buena hora− esos intensos brillos y barnices que se pueden apreciar en la fotografía.


     Lo que se ve en la foto, pues eso, se ve, aunque lo más interesante es lo que dejó de verse, es decir, lo que había en la parroquia antes de la restauración terminada en 1998 y de lo que, a raíz de su reapertura, nunca más se supo.

     Expliquemos primero lo que se ve. El Cristo de la Misericordia –antes de la restauración, como queda dicho− está sobre su cruz procesional antigua (fue reemplazada en 1994) y ésta aparece, aunque no se ve en la foto, «pinchada» sobre el suelo de la hoy Basílica. El agujero se hizo para el besapiés de 1976, por «obra y gracia» del recordado Enrique Hidalgo, que rompió de un martillazo una loseta de mármol blanco para, en su espacio, excavar lo suficiente como para meter un tubo de uralita de un metro de longitud y de diámetro algo superior al de la cruz del Cristo, con el fin de asentarla con seguridad en su posición vertical. Unas grandes piedras que había en San Pedro desde la restauración de la capilla de la Misericordia (reestrenada en noviembre de 1975), sirvieron para tapar el agujero y para dar una sensación de «Calvario» al soporte de la cruz. Pero eso no se ve en la instantánea.

     La imagen de Nuestra Señora de las Lágrimas en su Desamparo lleva sus mejores galas, empezando por el manto procesional, que sólo en contadas ocasiones ha lucido en besamanos. Lleva sobre el pecho el puñal pero no la cruz pectoral del obispo López Criado que en alguna ocasión llevó el Miércoles Santo. Tras ella se ve un dosel rojo en el que se ha colocado la Cruz de Guía. Y tras el dosel, se ve ligeramente la parte superior del retablo que había en ese sitio: era un retablo barroco de regular factura, en la que se veneraba una imagen de San José seguramente procedente de la factoría de El Arte Cristiano de Olot, es decir, una imagen de serie. El párroco Don Julián Cabellero era muy devoto de San José y todos los años practicaba la conocida devoción de los Siete Domingos. Hay que decir que el retablo desapareció de San Pedro, y –poniendo en práctica la penosa costumbre de «desnudar a un santo para vestir a otro» fue colocado en el altar mayor de la parroquia de Santa Victoria, en el Barrio del Naranjo. De la imagen de San José, como de tantas otras cosas, nunca más se supo.

     Sigamos: hacia el centro de la foto, y en segundo término, se ve un candelero que sostiene una flor de cera; durante algunos años –el primero de ellos fue 1976− dos exornos de este tipo escoltaron a Nuestra Señora de las Lágrimas en su paso de palio, uno a cada lado, sobre candeleros de gran tamaño −«marías»− que no eran propiedad de la hermandad, sino cedidos por la parroquia. Tras él se ve una columna salomónica como soporte de un centro de flores: la columna procede del retablo de San José que aparece cubierto, que tenía cuatro, y que de vez en cuando se cogían para exornar altares de cultos o besapiés.

     La pared del fondo aparece blanca: recuérdese que hasta el cierre de 1985 la iglesia estuvo encalada, de blanco en las paredes y de color sepia en las columnas y nervios de los arcos: puede verse perfectamente en la columna que hay detrás del Cristo. Sobre la pared se ven dos de las estaciones del Via Crucis que volvieron al templo tras la reapeprtura. Lo que no volvió, y nadie ha dado explicaciones del por qué, es esa cruz de mármol blanco que recuerda la Santa Misión que se celebró en Córdoba en 1945 y de la que se erigieron recuerdos similares a éste, de más o menos tamaño, en las parroquias donde hubo actos misionales. He de decir que la cruz de mármol la he visto hace unos días, completamente intacta pero olvidada, llena de polvo y arrinconada en las escaleras que suben desde la sacristía al campanario.


     Tras el Santísimo Cristo se aprecian los tres grandes hachones, con sus cabeceras para cumplir la misión para la que fueron hechos, que no es otra que lo que se ve en la foto: sostener cirios de grandes dimensiones para las ceremonias solemnes. Antes de la reapertura del templo, alguien tuvo la «genial» idea de «decapitarlos», es decir, impedir que sobre ellos volvieran a colocarse cirios: de una sola tacada, se amputaba una obra realizada como mínimo en el siglo XIX y se «ganaban» cuatro soportes para centros de flores en las bodas. El «genial» autor de tan «brillante» amputación no sabemos quién sería.

     Se ve también, entre la columna y la pared, se ve a dos cofrades muy difíciles de identificar; el que está más al centro viste traje oscuro y sostiene un incensario, parece ser de más edad que el otro, que viste de azul claro y pantalón gris; se vislumbra entre ellos la fila de bancos que había en la nave de la epístola, y un banco más al fondo, pegado a la pared.

     Finalmente, en la parte izquierda de la fotografía se deja ver el cancel de la puerta llamada «del sol», que como es sabido también fue demolido sin contemplaciones en la más que discutible «restauración» culminada en 1998 (tras unos años laberínticos y mucho tiempo de abandono, en el que no faltaron las trifulcas políticas ni las desidias eclesiales, como recordará cualquiera que viviera aquella época.


     En resumen, la fotografía muestra no sólo cómo quedó la exposición a la veneración de los fieles de las dos sagradas imágenes en ese año (después de mirar minuciosamente la instantánea para sacar las notas que he ido señalando, me inclino por acercarla más al año 1977 que a 1982), sino también, y quizá sobre todo, de cómo estaba San Pedro antes del cierre, porque desgraciadamente no quedan muchas fotografías que nos permitan hacernos una idea, y cuando pase la generación que la conoció, habrá muy pocos testimonios de ella.