martes, 6 de septiembre de 2011

¿Calidad de la enseñanza?

Digámoslo con claridad para empezar: que los profesores de Secundaria tengamos que dar dos horas más de clase a la semana no supone en absoluto ninguna merma en la calidad de la enseñanza. Repito: ninguna. Quien diga lo contrario miente de forma consciente y deliberada. Además, la ley fija el número de horas lectivas entre 18 y 21, de modo que si ahora impartimos 18 y mañana 20, seguiremos estando dentro de la ley. Otra cosa es, lógicamente, que dar esas dos horas nos guste o nos apetezca más o menos, o que nos produzca más o menos cansancio o estrés. Pero la calidad de la enseñanza es otra cosa.

Llegué a la Educación hace casi 33 años, y he dado clases en la antigua y desaparecida Formación Profesional, en el asesinado BUP, en el dinamitado COU... Y ahora me las veo con alumnos de la ESO y, ocasionalmente, con el nuevo y cercenado Bachillerato de dos cursos.

He visto, en todos estos años, hacer auténticas barrabasadas con la calidad de la enseñanza sin que nadie de los que ahora protestan hayan movido un dedo; es más, si los han movido, ha sido con el resto de las manos para aplaudir con entusiasmo.

He visto, por ejemplo, cómo se reducían las horas de clase de mi asignatura, Lengua Española y Literatura. ¿Alguien duda de que la Lengua es, junto a las Matemáticas, la materia básica y fundamento de todas las demás? Pues bien, en el BUP que yo di en 1979 había cinco horas semanales de clase de esta asignatura, tanto en 1º como en 2º de dicho bachillerato. Los alumnos que ahora tienen la misma edad 3º y 4º de ESO disponen sólo de cuatro horas en 3º y tres en 4º. Si alguien piensa que eso ha contribuido a mejorar la calidad de la enseñanza, que lo diga públicamente. Y recuerdo que, en mi bachillerato del Plan de 1957, yo tuve, con diez años de edad, seis horas semanales de clase de Lengua, porque había clase los sábados. De la desaparición en la práctica del Latín no digo nada, sólo que los socialistas han seguido la peor mitad de la estela del ministro franquista que dijo eso de «menos Latín y más deporte», porque tampoco han dignificado el papel importantísimo de la asignatura de Educación Física y de sus profesores.

He visto que, al tiempo que nos quitan horas a las materias básicas y realmente importantes, se generan tonterías como los llamados «Proyectos Integrados» que sólo sirven para que los alumnos, y un buen número de profesores, los llenen con las más peregrinas maneras de perder el tiempo. ¿Alguien ha protestado públicamente? No me consta.

He visto la aparición de «joyas pedagógicas» como la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que tanto los alumnos como los profesores se toman como lo que realmente es: en el caso de los primeros, una «maría» como las de la vieja escuela, y para los segundos un simple recurso con que completar el número de horas lectivas de cada curso; dejémonos de historias y de «pegos» como decimos los cordobeses: ningún profesor elige esta materia, en primera instancia, para cubrir sus dos primeras horas lectivas.

He visto cómo se ha tenido que permitir que promocionen al curso siguiente, «por imperativo legal», alumnos con seis o siete asignaturas suspensas en septiembre. Fue una medida «progresista» de la LOGSE, aprobada e impuesta siendo ministro de Educación el señor Pérez Rubalcaba, y que pese al daño inmenso que está haciendo sigue escandalosamente vigente. Es como si, por ejemplo en Sanidad, una ley ordenara dar de alta «por imperativo legal» a un enfermo con siete fracturas en otros tantos huesos, sólo porque tiene cierta edad o porque ha pasado demasiado tiempo en el hospital.


He visto cómo las juntas de evaluación se han convertido en campos de batalla, sin ninguna necesidad, para debatir si a un determinado alumno se le concede o no el título de Graduado en ESO, y ello porque la ley la misma LOGSE ordena que se pueda acceder a dicha titulación con hasta dos asignaturas suspensas, siempre que así lo acuerde la citada junta de evaluación, pero sin que la normativa aporte ni un solo criterio objetivo e indiscutible para conceder o no la titulación. ¿Se les hace un favor dando el título a los alumnos que aprobamos con dos suspensas, o más bien se disuade a los que realmente estudian y se esfuerzan para que dejen de hacerlo si, al fin y al cabo, se puede llegar a la misma meta pero por un atajo menos esforzado? ¿Ha protestado algún sindicato de enseñantes, algún partido político progresista cuando se ha implantado esta barbaridad?


He visto cómo se ha degradado, insultado, satirizado y vilipendiado la figura del profesor: en los periódicos, en las series de televisión, en las películas, en la sociedad en su conjunto... Y en los propios centros, con padres que avasallan, inspectores que miran a otro lado cuando hay problemas, delegados de Educación que, cuando se produce una agresión a un docente, echan balones fuera diciendo que son casos aislados. Y he visto a profesores muy valiosos y preparados, con un entusiasmo inicial por su trabajo digno de todo elogio, pero que han tenido que arrojar la toalla y jubilarse lo antes posible, o darse de baja por depresión, o lo que en mi opinión es lo peor de todo  meterse en el redil ahuyentando todo pensamiento crítico, «funcionarizándose» en el peor sentido de esta palabra y limitándose a sobrevivir como buenamente han podido, porque han visto la inutilidad de luchar contra los escualos.


He visto estafas como la llamada «gratuidad de los libros de texto». ¿Cómo pueden tener la poca vergüenza de llamar «Programa de gratuidad de los libros de texto» a lo que en realidad es solamente la cesión provisional, por un curso, de unos libros donde los alumnos no tienen la posibilidad de subrayar ni hacer anotaciones, y que además no podrán conservar el curso siguiente para consultar o repasar sus conocimientos del curso anterior?. Como padre, los años en que mi hijo ha cursado la ESO he renunciado a esta falsa «gratuidad» y le he comprado los libros, consciente de que es una de las mejores inversiones que puedo hacer por él. Reconozco que no todos los padres tienen la posibilidad de adquirir los libros para todos sus hijos, pero lo que no admito es la universalización de la medida: lo que habría que hacer, aunque electoralmente sería menos rentable (y por eso no se hace), es una política racional y justa de becas que se otorguen sólo a quienes realmente las necesitan y se las merecen. Pero que no me digan y hay quien lo ha dicho en mi presencia que «está bien lo de la gratuidad porque no tengo dinero para los libros de mi hijo», si luego el hijo y repito, soy testigo directo lleva a clase un chándal de marca del que el mismo alumno reconoce que ha costado 300 euros, o un móvil de última generación infinitamente superior al mío en tecnología y prestaciones, y que por supuesto cuesta lo que cuatro o cinco libros de texto juntos.


He visto muchas más cosas. Como el poeta León Felipe, «Yo no sé muchas cosas, es verdad. / Digo tan sólo lo que he visto». Y en todo lo que acabo de decir, y en muchas cosas más, he visto el aplauso unánime de los progres, los mismos que ahora se rasgan las vestiduras por tener que dar dos horas más de clase.


De modo que no esperen de mí la más mínima movilización o rechazo a la medida, si me llega, de impartir dos horas más de clase a la semana. Para recuperar la calidad de la enseñanza hacen falta otras medidas, empezando por la derogación simple y llana de la base ideológica del sistema educativo que, como funcionarios públicos, no nos queda otro remedio que soportar.



Antonio Varo Pineda
Catedrático del IES Séneca de Córdoba