jueves, 12 de septiembre de 2013

LA JUNTA DE ANDALUCÍA SUPRIME EN EXÁMENES DE LENGUA REFERENCIAS AL SUFRIMIENTO DE LOS CRISTIANOS

Vaya, qué casualidad...
Verán, les explico.

El pasado martes asistí como miembro del tribunal a los exámanes de acceso a los Ciclos de Grado Superior celebrados en mi Instituto Séneca; tenía que corregir las pruebas de Lengua de esos exámenes, y vi que el texto inicial, sobre el que versarían las preguntas, es un fragmento del Diario de Ana Frank.

Hasta ahí todo correcto. Vi que en el texto aparecía un espacio delimitado por [...] que, como todo el mundo sabe indica que se ha suprimido una parte del texto original por razones diversas (brevedad, supresión de un pasaje difícil, etc.). Copio lo que venía en el texto del examen:

"Se separa a las familias, agrupando a hombres, mujeres y niños. Los niños al volver de la escuela, ya no encuentran a sus padres. Las mujeres, al volver del mercado, hallan sus puertas selladas y notan que sus familias han desaparecido. [...] Todo el mundo tiene miedo".

Resulta que me voy a Google, a buscar ese texto para ver la extensión y contenido de lo que falta. Y ahí viene mi sorpresa. Lo que falta es una frase de tan sólo catorce palabras, que hubiera completado la información y que no alargaría de forma desmesurada el texto.

Pero, claro, todo tiene su explicación: la frase que falta alude de forma directa y sin ambigüedades a los sufrimientos de los CRISTIANOS perseguidos por los nazis. Copio el mismo pasaje de antes, pero completándolo con lo que falta, que pongo en letras mayúsculas:

"Se separa a las familias, agrupando a hombres, mujeres y niños. Los niños al volver de la escuela, ya no encuentran a sus padres. Las mujeres, al volver del mercado, hallan sus puertas selladas y notan que sus familias han desaparecido. TAMBIÉN LES TOCA A LOS CRISTIANOS HOLANDESES: SUS HIJOS SON ENVIADOS OBLIGATORIAMENTE A ALEMANIA. Todo el mundo tiene miedo".

El texto completo habría tenido 206 palabras, con la supresión se queda en 192: ¿De verdad que era absolutamente imprescindible suprimir esa frase?

¿Alguien se cree que haya sido por casualidad? ¿Alguien piensa que esa frase hubiera sido difícil de entender por los alumnos? ¿Alguien piensa que por poner esas palabras habría hecho falta un folio más? Pues quien lo crea está equivocado. La supresión de esa frase sólo puede responder a un propósito intencionado de quien haya preparado el examen -sin duda un acólito de la Junta de Andalucía o de cualquiera de las abundantes Agencias creadas por ésta para ocupar a sus amiguetes- de omitir referencias explícitas al sufrimiento de los cristianos bajo la tiranía nazi.

Recordemos que Ana Frank era una chica judía, o sea, que no veía a los cristianos como "su gente". Sin embargo, a la hora de ver el dolor y el sufrimiento ella, con su enorme y delicada sensibilidad, sabe de qué lado están los cristianos holandeses, que es el mismo lado de ella, el de las víctimas.

Pero el sectarismo de los dirigentes políticos de la Junta de Andalucía es infinito, como la estupidez humana. Ya he visto muchas veces exámenes de los que vienen de la Junta (Ciclos Formativos, Pruebas de Diagnóstico, etc.) y es curioso, en todos ellos, en los ejercicios de Lengua, los textos están inequívocamente plagados de ideología socialista, o feminista radical, o proabortista, o anticristiana... Empiezo a estar harto, y no me creo en absoluto que sean meras coincidencias.


12 de septiembre de 2013

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Mane nobiscum, Domine



Álvaro Pombo: Quédate con nosotros, Señor, porque atardece. Ediciones Destino, colección Áncora y Delfín. Barcelona, 2013.

De un tirón, como quien dice –en menos de tres días− me he leído la última novela de Álvaro Pombo, Quédate con nosotros, Señor, porque atardece. No conocía yo este libro, que salió a la luz hace unos meses, y lo adquirí el pasado viernes en el sitio más insospechado: un supermercado de alimentación, lugar que, por lo visto, últimamente tiene la deferencia de dejar un espacio para la venta de libros, aunque éstos suelen ser, por lo común, aunque no en el caso que nos ocupa, las consabidas Sombras de Grey o los inevitables y siempre prescindibles best-sellers de Julia Navarro o Ildefonso Falcones.

La novela de Pombo me ha encantado. He visto en ella que el autor santanderino sigue siendo fiel a sí mismo, a su personalísima manera de escribir y de narrar, en la que el argumento es sólo armazón para tributar su ofrenda al pensamiento, a la psicología de los personajes, al culturalismo bien entendido y nada esnob. En este sentido, llama la atención en este trabajo la abundancia de referencias que denotan la amplitud y profundidad de las lecturas del autor: cita de forma directa a Kierkegaard –uno de sus favoritos de siempre−, San Juan de la Cruz, la Biblia, la regla de San Benito, Shakespeare, Hegel… Pero también, entreveradas en el discurso narrativo con la naturalidad que denota una perfecta asimilación, se dejan leer frases que resuenan con facilidad a Antonio Machado, a Nietzsche o a Jorge Manrique. Y no deja de ser uno de los mayores atractivos del texto la frecuente inclusión de frases en latín, tanto de la Biblia como de la filosofía o de la Liturgia de las Horas: tiene mérito el autor al no haber puesto la traducción de estas referencias, como exigiendo al lector algo tan elemental, y hoy tan olvidado, de que es imposible ser una persona culta sin saber latín.


Tangencialmente había tocado Pombo la temática religiosa en obras anteriores –llegó a escribir por encargo una biografía de San Francisco de Asís−, pero nunca de forma tan sustancial y directa como en ésta. Y aquí está lo que más me ha gustado del libro: su conexión con Unamuno, porque tanto en el fondo como en la forma, es decir, en la manera de tratar el lenguaje y de sacar el máximo jugo y juego a las palabras –y no en el estilo propiamente literario−, Álvaro Pombo me ha recordado en numerosas ocasiones al inmortal Don Miguel: en sus disquisiciones sobre paronomasias y comparaciones de palabras semejantes, hay párrafos que podrían haber sido escritos por Unamuno. También una religiosidad agónica muy cercana a la del unamuniano San Manuel Bueno se asoma con frecuencia a esta novela. Eso sí, el estilo de Pombo es más refinado, más trabajado que el de Don Miguel, que como es sabido escribía a impulsos y no se paraba demasiado a pretender exquisiteces literarias.


La acción se sitúa en una pequeña comunidad de monjes de Granada, fundada a principios de los setenta bajo las influencias confluyentes del fervor posconciliar por un lado y de la mística light del movimiento hippie por otro, y con la financiación de una dama de la alta sociedad, de ésas que tan bien suele retratar Pombo en sus novelas. Un buen día, un religioso aparece muerto; se trata de un suicidio, pero el prior dictamina que ha sido un accidente, lo cual crea una cierta tensión con tres frentes: el propio interior de la comunidad, la opinión pública representada por un periodista sin escrúpulos y la propia benefactora del cortijo-monasterio.

Donde cualquier otro autor, y no estoy pensando ahora en el Eco de El nombre de la rosa, hubiera visto una veta sustanciosa para hacer un relato detectivesco y morboso, con los insoslayables tópicos sobre la Iglesia Católica y su pretendido oscurantismo, Pombo escribe una narración que podríamos llamar «interiorista», donde la atención se centra en las consecuencias que el trágico hecho ocasiona en las almas de los personajes. Obviamente, para mí lo más atractivo es cómo los monjes, al afrontar el hecho de la muerte de su hermano de religión, se replantean tanto en la intimidad de su oración como en sus conversaciones entre ellos el sentido de su vida y su vocación, lo que acarreará acontecimientos insospechados.


No quiero cerrar esta impresión de mi lectura sin anotar dos detalles mejorables. Por un lado, Pombo ha tenido un pequeño fallo de documentación que un escritor de su nivel no podía permitirse: en un momento dado habla del «obispo» de Granada, cuando lo cierto es que Granada lo que tiene es arzobispo; es un detalle que puede parecer nimio, pero yo pienso que a un autor como Pombo, al que tango admiro, se le puede exigir el conocimiento de algo tan obvio.


Por otro lado, he notado más de una vez y más de dos determinados errores en la puntuación del texto, con comas que faltan o que sobran sin venir a cuento. No sé si serán fallos del autor o del socorrido «corrector de estilo» de la editorial; en cualquier caso hay que cuidar estos detalles.


En cualquier caso, la más reciente novela de Álvaro Pombo demuestra la lozanía personal y literaria de un autor que tiene ya 74 años y que no ha cejado nunca en ofrecer una narrativa de culto, al acceso sólo de los auténticos gourmets de la literatura.