Vaya, qué casualidad...
Verán, les explico.
El
pasado martes asistí como miembro del tribunal a los exámanes de acceso
a los Ciclos de Grado Superior celebrados en mi Instituto Séneca; tenía
que corregir las pruebas de Lengua de esos exámenes, y vi que el texto
inicial, sobre el que versarían las preguntas, es un fragmento del
Diario de Ana Frank.
Hasta ahí todo correcto. Vi que en el texto
aparecía un espacio delimitado por [...] que, como todo el mundo sabe
indica que se ha suprimido una parte del texto original por razones
diversas (brevedad, supresión de un pasaje difícil, etc.). Copio lo que
venía en el texto del examen:
"Se separa a las familias,
agrupando a hombres, mujeres y niños. Los niños al volver de la escuela,
ya no encuentran a sus padres. Las mujeres, al volver del mercado,
hallan sus puertas selladas y notan que sus familias han desaparecido.
[...] Todo el mundo tiene miedo".
Resulta que me voy a Google, a
buscar ese texto para ver la extensión y contenido de lo que falta. Y
ahí viene mi sorpresa. Lo que falta es una frase de tan sólo catorce
palabras, que hubiera completado la información y que no alargaría de
forma desmesurada el texto.
Pero, claro, todo tiene su
explicación: la frase que falta alude de forma directa y sin
ambigüedades a los sufrimientos de los CRISTIANOS perseguidos por los
nazis. Copio el mismo pasaje de antes, pero completándolo con lo que
falta, que pongo en letras mayúsculas:
"Se separa a las familias,
agrupando a hombres, mujeres y niños. Los niños al volver de la
escuela, ya no encuentran a sus padres. Las mujeres, al volver del
mercado, hallan sus puertas selladas y notan que sus familias han
desaparecido. TAMBIÉN LES TOCA A LOS CRISTIANOS HOLANDESES: SUS HIJOS
SON ENVIADOS OBLIGATORIAMENTE A ALEMANIA. Todo el mundo tiene miedo".
El
texto completo habría tenido 206 palabras, con la supresión se queda en
192: ¿De verdad que era absolutamente imprescindible suprimir esa
frase?
¿Alguien se cree que haya sido por casualidad? ¿Alguien
piensa que esa frase hubiera sido difícil de entender por los alumnos?
¿Alguien piensa que por poner esas palabras habría hecho falta un folio
más? Pues quien lo crea está equivocado. La supresión de esa frase sólo
puede responder a un propósito intencionado de quien haya preparado el
examen -sin duda un acólito de la Junta de Andalucía o de cualquiera de
las abundantes Agencias creadas por ésta para ocupar a sus amiguetes- de
omitir referencias explícitas al sufrimiento de los cristianos bajo la
tiranía nazi.
Recordemos que Ana Frank era una chica judía, o
sea, que no veía a los cristianos como "su gente". Sin embargo, a la
hora de ver el dolor y el sufrimiento ella, con su enorme y delicada
sensibilidad, sabe de qué lado están los cristianos holandeses, que es
el mismo lado de ella, el de las víctimas.
Pero el sectarismo de
los dirigentes políticos de la Junta de Andalucía es infinito, como la
estupidez humana. Ya he visto muchas veces exámenes de los que vienen de
la Junta (Ciclos Formativos, Pruebas de Diagnóstico, etc.) y es
curioso, en todos ellos, en los ejercicios de Lengua, los textos están
inequívocamente plagados de ideología socialista, o feminista radical, o
proabortista, o anticristiana... Empiezo a estar harto, y no me creo en
absoluto que sean meras coincidencias.
12 de septiembre de 2013
jueves, 12 de septiembre de 2013
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Mane nobiscum, Domine
Álvaro Pombo: Quédate
con nosotros, Señor, porque atardece. Ediciones Destino, colección Áncora y
Delfín. Barcelona, 2013.
De un tirón, como quien dice –en menos de tres días− me he
leído la última novela de Álvaro Pombo, Quédate
con nosotros, Señor, porque atardece. No conocía yo este libro, que salió a
la luz hace unos meses, y lo adquirí el pasado viernes en el sitio más
insospechado: un supermercado de alimentación, lugar que, por lo visto,
últimamente tiene la deferencia de dejar un espacio para la venta de libros,
aunque éstos suelen ser, por lo común, aunque no en el caso que nos ocupa, las
consabidas Sombras de Grey o los
inevitables y siempre prescindibles best-sellers de Julia Navarro o Ildefonso
Falcones.
La novela de Pombo me ha encantado. He visto en ella que el autor
santanderino sigue siendo fiel a sí mismo, a su personalísima manera de
escribir y de narrar, en la que el argumento es sólo armazón para tributar su
ofrenda al pensamiento, a la psicología de los personajes, al culturalismo bien
entendido y nada esnob. En este sentido, llama la atención en este trabajo la
abundancia de referencias que denotan la amplitud y profundidad de las lecturas
del autor: cita de forma directa a Kierkegaard –uno de sus favoritos de siempre−,
San Juan de la Cruz, la Biblia, la regla de San Benito, Shakespeare, Hegel…
Pero también, entreveradas en el discurso narrativo con la naturalidad que
denota una perfecta asimilación, se dejan leer frases que resuenan con
facilidad a Antonio Machado, a Nietzsche o a Jorge Manrique. Y no deja de ser
uno de los mayores atractivos del texto la frecuente inclusión de frases en
latín, tanto de la Biblia como de la filosofía o de la Liturgia de las Horas:
tiene mérito el autor al no haber puesto la traducción de estas referencias,
como exigiendo al lector algo tan elemental, y hoy tan olvidado, de que es
imposible ser una persona culta sin saber latín.
Tangencialmente había tocado Pombo la temática religiosa en
obras anteriores –llegó a escribir por encargo una biografía de San Francisco
de Asís−, pero nunca de forma tan sustancial y directa como en ésta. Y aquí
está lo que más me ha gustado del libro: su conexión con Unamuno, porque tanto
en el fondo como en la forma, es decir, en la manera de tratar el lenguaje y de
sacar el máximo jugo y juego a las palabras –y no en el estilo propiamente
literario−, Álvaro Pombo me ha recordado en numerosas ocasiones al inmortal Don
Miguel: en sus disquisiciones sobre paronomasias y comparaciones de palabras
semejantes, hay párrafos que podrían haber sido escritos por Unamuno. También una
religiosidad agónica muy cercana a la
del unamuniano San Manuel Bueno se asoma con frecuencia a esta novela. Eso sí,
el estilo de Pombo es más refinado, más trabajado que el de Don Miguel, que
como es sabido escribía a impulsos y no se paraba demasiado a pretender
exquisiteces literarias.
La acción se sitúa en una pequeña comunidad de monjes de
Granada, fundada a principios de los setenta bajo las influencias confluyentes del
fervor posconciliar por un lado y de la mística light del movimiento hippie por
otro, y con la financiación de una dama de la alta sociedad, de ésas que tan
bien suele retratar Pombo en sus novelas. Un buen día, un religioso aparece muerto;
se trata de un suicidio, pero el prior dictamina que ha sido un accidente, lo
cual crea una cierta tensión con tres frentes: el propio interior de la
comunidad, la opinión pública representada por un periodista sin escrúpulos y
la propia benefactora del cortijo-monasterio.
Donde cualquier otro autor, y no estoy pensando ahora en el
Eco de El nombre de la rosa, hubiera
visto una veta sustanciosa para hacer un relato detectivesco y morboso, con los
insoslayables tópicos sobre la Iglesia Católica y su pretendido oscurantismo, Pombo escribe una narración que podríamos llamar «interiorista», donde la atención se centra en las consecuencias que el trágico hecho ocasiona en las almas de
los personajes. Obviamente, para mí lo más atractivo es cómo los monjes, al
afrontar el hecho de la muerte de su hermano de religión, se replantean tanto
en la intimidad de su oración como en sus conversaciones entre ellos el sentido
de su vida y su vocación, lo que acarreará acontecimientos insospechados.
No quiero cerrar esta impresión de mi lectura sin anotar dos
detalles mejorables. Por un lado, Pombo ha tenido un pequeño fallo de
documentación que un escritor de su nivel no podía permitirse: en un momento dado
habla del «obispo» de Granada, cuando lo cierto es que Granada lo que tiene es
arzobispo; es un detalle que puede parecer nimio, pero yo pienso que a un autor
como Pombo, al que tango admiro, se le puede exigir el conocimiento de algo tan
obvio.
Por otro lado, he notado más de una vez y más de dos determinados
errores en la puntuación del texto, con comas que faltan o que sobran sin venir
a cuento. No sé si serán fallos del autor o del socorrido «corrector de estilo»
de la editorial; en cualquier caso hay que cuidar estos detalles.
En cualquier caso, la más reciente novela de Álvaro Pombo
demuestra la lozanía personal y literaria de un autor que tiene ya 74 años y
que no ha cejado nunca en ofrecer una narrativa de culto, al acceso sólo de los
auténticos gourmets de la literatura.
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