martes, 1 de marzo de 2011

Yo soy del Séneca

El pasado viernes, la Delegación del Gobierno de la Junta de Andalucía en Córdoba concedió uno de sus premios anuales, con motivo del día de la Comunidad Autónoma, al Instituto de Enseñanza Secundaria SÉNECA, de Córdoba, del que me honro en ser antiguo alumno y ahora profesor.

Está claro que ese premio no añade un ápice al honor que representa "ser del Séneca" para todos cuantos en sus aulas y pasillos hemos pasado una parte (más o menos grande) de nuestras vidas. Es más, yo lo veo al revés: es la Junta de Andalucía la que se ha colgado una medalla incluyendo en su lista de entidades reconocidas el centro docente del que hablamos.

Lo sé desde hace mucho tiempo: "ser del Séneca" es una suerte y un privilegio. Haber pasado siete años en este instituto como alumno es una suerte que sólo cuando ha pasado el tiempo tiene uno capacidad para reconocer. Se lo digo con frecuencia a mis alumnos: "No sabéis lo que tenéis estando en este instituto". Pero sí sé que, cuando tengan unos cuantos años más, lo sabrán reconocer y valorar.

Cuando llegué al instituto como profesor, hace ya más de tres años, me sentía como en una nube: acabar mi vida profesional en el Séneca, en el que pienso jubilarme cuando el Gobierno de turno lo permita, era un sueño que había albergado desde el mismo día en que decidí ser profesor de instituto, pero que nunca vi que se pudiera realizar. Y caminaba como en una nube porque me sentía continuador, en esas aulas y pasillos, de una estela abierta hace ya mucho tiempo, varios siglos, y me sentía sorprendido de que alguien como yo, sin más méritos personales o profesionales que otros, pudiera compartir instalaciones que, años atrás, habían utilizado unas personas, mis profesores, que recuerdo con un cariño y un agradecimiento que durarán lo que me quede de vida.

Esas personas, algunas viven aún y otras ya murieron, marcaron en su momento -no con fuego, sino con paciencia y pedagogía de la buena- la entonces maleable alma de un joven adolescente, que vio en ellos un modelo de vida al que quiso asimilarse, y por eso decidió ser profesor como ellos: que yo utilice el mismo Seminario (ahora se llama Departamento) que en su momento acogió los trabajos y los descansos de profesoras como Luisa Revuelta o Ana María Ortega, que vea todavía en la Biblioteca fichas de libros escritas con la letra de Juan Gómez Crespo o Nemesia Nevado, que me sea dado contemplar en los laboratorios piezas geológicas o aparatos de química con los que Manuel Navarro o Constantino Pleguezuelo me enseñaron sus asignaturas, que siga "viendo" en los pasillos la figura para mí venerable de Rogelio Fortea, la silueta alta y morena de Tomás Morales, mi primer profesor de Filosofía, la cultura amplísima de Consuelo González, mi profesora de Francés, o las voces entrañables del involvidable conserje Andújar... Todo eso es una suerte, que aunque no la he merecido especialmente me permite sentirme orgullosísimo de "ser del Séneca".

No quiero olvidar a algunos compañeros que estudiaron conmigo: por poner sólo algunos nombres, citaré los de José María Maestre, Miguel Villar, Manuel Ladehesa, José Vega, Joaquín Arenas, Pedro Cano, Juan Parra, Juan Victoriano Trejo, Isidro Rodríguez, José Carlos Suárez, Luis Carlos Yepes, Nicolás Aranda, Juan Antonio Ocaña, Ángel Fernández, Pedro Alejándrez, José Luis Rosales, Francisco Valverde Blanco y Francisco Valverde Fernández... Son muchos, muchos los que aún conservo en mi mente con nombre y apellidos. Algunos, incluso, nos han dejado antes de tiempo: Rafael Goñi, Fausto Amor, Mariano Pinilla me siguen poniendo un nudo en la garganta cuando los recuerdo... Ellos también pudieron decir alguna vez "soy del Séneca" y yo me honro hoy en escribir sus nombres. Sé que faltan muchos, y querría ahora recordarlos a todos.

La vida... La vida es una cadena, y nuestras biografías particulares no son sino eslabones. Hoy que tanto se valora el presente y tanto se desprecia el pasado (el mayor desprecio del pasado es querer hacerlo cambiar o justificar a posteriori lo que en su momento tuvo una justificación determinada, o ninguna justificación, véase la Ley de Memoria Histórica); hoy que tan poco se aprecian como algo digno de conservación las raíces personales, los orígenes que todos tenemos y que nadie puede arrebatarnos, quiero dejar constancia en este blog que casi nadie lee de la alegría que me da haber sido alumno entre 1966 y 1973, y profesor desde 2007 de este centro educativo.

El "espíritu del Séneca" supera holgadamente las estrecheces de leyes, gobiernos y denominaciones superficiales. Cuando yo llegué a sus aulas se llamaba Instituto Nacional de Enseñanza Media Séneca, y después de varios etiquetados, ahora es el IES Séneca. No importa: le cambiarán en el futuro el nombre o la tipología oficial. Pero quienes hemos pasado por sus aulas -como alumnos o como profesores- habremos recibido algo o mucho de lo mejor que tenemos y somos, del mismo modo que -Dios lo quiera- hayamos también dejado en los demás algo de lo mejor que somos y tenemos.

¿Que la Junta de Andalucía nos ha reconoocido con una distinción? Bienvenida sea. Pero, para mí, la mejor distinción profesional es haber sido y ser del Séneca, con o sin medallas venidas de instancias políticas.

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