Acabo de terminar la lectura de Me hallará la muerte, de Juan Manuel de Prada. Sigo con interés las
colaboraciones semanales de este escritor en ABC, pero no sus apariciones televisivas u otras actividades que
desarrolla.
Asistí a la
presentación del libro en Córdoba, hace de esto ya un par de meses más o menos.
Y decidí leer el libro.
No he leído
ninguna crítica, buena o mala, que la novela haya tenido en los distintos medios
de comunicación y suplementos culturales. Lo que yo escriba aquí, pues, se
basará exclusivamente en mi impresión tras la lectura del libro.
He leído la novela
con mucho interés, y si no ha sido de un tirón es porque mis ocupaciones no me
lo han permitido. Sabía que la novela se situaba en tiempos de la División
Azul, que ésta era el fondo de la historia pero también, porque lo dijo Prada
en su presentación en Córdoba, no se trata de una novela histórica, sino de una
novela sobre la impostura, sobre la condición de un hombre –Antonio Expósito,
el protagonista−, que tiene que vivir sobrellevando la carga de una
personalidad ajena y asumiendo las deudas morales de ésta.
La historia está
perfectamente construida, como es de esperar en un escritor como Juan Manuel de
Prada, y su escritura salpicada de guiños al lector, de reminiscencias
literarias en forma de frases tomadas de grandes autores (Góngora, Garcilaso,
Borges, Quevedo…) que se insertan con naturalidad y sin pedantería en el cuerpo
del texto. Por otra parte, las periódicas repeticiones de frases ya escritas en
la misma novela, a veces con cientos de páginas de por medio, sirven de
perfecta ensambladura y, en cierto modo, le dan un ritmo orquestal y sinfónico.
En cuanto al fondo
histórico, hay que tener en cuenta que es eso, un fondo simplemente, poco más
que un decorado. En ningún momento el autor ha pretendido reconstruir la
historia tal como fue, sino sólo dotar a su narración de un marco referencial;
prueba de ello es la cantidad de páginas que transcurren desde el principio del
libro hasta la primera alusión cronológica concreta, una fecha de 1943. Luego,
los acontecimientos que se citan –el avance hacia el final de la Segunda Guerra
Mundial, los años del estalinismo, el viaje del Semíramis con los supervivientes de la División, etc.− encajan la
historia que cuenta con los datos externos, pero éstos en ningún caso adquieren
carácter protagonista.
Por la novela
desfila una interesante nómina de personajes, bien caracterizados y, en algún
caso, perfilados de forma un tanto hiperbólica; pero todos ellos humanos y
representativos de una forma de vivir (o de pasar por la vida) y de una actitud
ante los acontecimientos. Antonio, Carmen, Mendoza, Cifuentes, Camacho, Amparo,
Nina o Becerra son tremendamente humanos, y sobre casi todos ellos –no sobre
todos, desde luego− el autor derrama una suerte de ternura que provoca en el
lector la solidaridad y, a veces, la reprobación. Quizá, y es un acierto de
Juan Manuel de Prada, el protagonista es el único que se presenta sin
valoraciones, en la desnudez de una impostura que conoce el lector, pero no el
resto de los personajes.
Para mí, lo mejor
de Me hallará la muerte es su
perfecta dosificación de los episodios. Como muchas buenas novelas, empieza con
un ritmo lento que se va acelerando conforme pasan las páginas. Al principio,
Antonio Expósito, el protagonista, es un simple delincuente de poca monta que
busca una compañera para que se «asocie» en un proyecto delictivo cuyos «beneficios»
serían compartidos por los dos socios. Encuentra a Carmen y comienzan a poner
en práctica el plan. En varias ocasiones les sale bien, hasta que en su último
intento ocurre un imprevisto y Antonio tiene que cometer su primera impostura
para salvar la vida y la libertad de Carmen. Y como tiene que huir, no ve más
salida que alistarse en la División Azul, pero no en la primera oleada,
entusiasta y masiva, sino cuando, dos años después, empiezan a pintar bastos
para los nazis. Estamos en 1943.
En Rusia
transcurre la parte central de la novela, pero no la mayor ni la más
importante, aunque allí conoce a Mendoza, con el que intima, y con el que tiene
un sorprendente y puramente casual parecido físico. La muerte de éste le da la
macabra oportunidad de hacer sus veces, pero no lo sustituye por iniciativa
propia, sino a instancias de Nina, una comunista francesa con la que Antonio ha
tenido ocasión se compartir tórridas noches de sexo en uno de los campos de
prisioneros. Acaba la guerra y el protagonista, Antonio/Mendoza, pasa a ser
prisionero del Gulag estaliniano. Pero también muere el dictador –la historia
da de una página a otra un salto de ocho años− y las nuevas circunstancias, en
que la URSS intenta desembarazarse del fantasma de Stalin y su terror− permiten
que los divisionarios prisioneros vuelvan a España.
En nuestro país también
las cosas han cambiado: Franco ha pactado ya con los Estados Unidos y no quiere
que se recuerde, ni mucho menos se glorifique, a los hasta unos años antes «héroes»
de la División Azul. En este ambiente Antonio es confundido con el alférez
Mendoza y tiene que sustituirlo, lo que le permite disponer –siempre como
impostor, aunque sólo él conoce su impostura− de una «familia», un trabajo y
unas relaciones nuevas. Pero el protagonista hereda también las cargas y pecados
familiares de la persona a la que sustituye, lo que lo introduce en un
torbellino de falsos «reencuentros» y de acontecimientos que se van acelerando
conforme pasan las páginas, en paralelo a la conciencia de vacío que se va
adueñando de Antonio, que decide hacer borrón y cuenta nueva. Reencuentra a
Carmen, que también ha tenido una historia durante su larga ausencia, y con
ella pretende empezar una nueva vida en Francia. En las últimas páginas se «encuentran»
los problemas y deudas de las dos personalidades de Antonio hasta que, sólo en
la última página, nos encontramos con el sorprendente final: un final que a
algún lector clásico le puede parecer precipitado y con flecos sueltos, pero
que en una historia como la que se ha ido desenvolviendo ante nuestros ojos, y con
un protagonista con las peculiares circunstancias de Antonio Expósito, no podía
ser de otra forma.
En resumen, un
libro interesante, que exige del lector la continuidad de la lectura y que hace
pensar en las imposturas pequeñas que todos, alguna vez, hemos cometido en
nuestra vida.
28 de abril de 2013
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