He recibido una
carta, seguramente bienintencionada, que me pide que firme una ILP (Iniciativa
Legislativa Popular) para que se supriman las llamadas «Reválidas» previstas por
la Lomce para los alumnos que terminen y aprueben 4º de ESO y 2º de Bachiller.
Naturalmente, no la he firmado, es más, el texto que la pide manifiesta tanta
demagogia como ignorancia de lo que es o debe ser un sistema educativo.
Vayamos por
partes: ningún alumno normal se muere ni se traumatiza por hacer una Reválida. Yo
estudié el antiguo Bachillerato Elemental primero y el Superior después; para
obtener el primero de esos títulos, se hacía un examen al acabar 4º de
Bachiller, a los 14 años (en mi caso, antes de cumplirlos). Eran diez exámenes, de otras tantas
materias, reunidos en tres grupos y que se hacían en dos días. Se calificaba a
los tres grupos por separado, y para obtener el título había que aprobar los
tres grupos. Si no se aprobaba alguno, había que repetirlo en septiembre, y si
en septiembre se seguía sin aprobar, se repetía el curso: no el curso 4º, que
ya estaba aprobado, sino sólo el o los grupos que no se hubieran aprobado. Y
dos años después se repetía la jugada para la obtención del título de Bachiller
Superior, aunque con una salvedad: este título podía alcanzarse sin Reválida si
se aprobaba el curso siguiente (Preuniversitario hasta 1971 y COU en adelante
hasta la implantación de la Logse).
Yo aprobé a la
primera, y aunque hoy se consideraría algo dificilísimo, digno de un esfuerzo
ímprobo para titanes o superhombres, no
me costó mucho trabajo: bastaba con estudiar,
en realidad más bien repasar, lo que ya
se tenía que saber. Quienes me conocen saben que no soy ni he sido nunca
ningún genio, y sin embargo aprobé, del mismo modo que los compañeros míos que
no aprobaron esa Reválida (muy pocos, por cierto) no eran unos inútiles para el
estudio no han quedado traumatizados de por vida. Por ejemplo, mi mujer tuvo
que repetir un curso por la famosa Reválida, lo que no impidió que luego
cursara su carrera con notas brillantes y sacara unas oposiciones de profesora
como las que yo hice. Gracias a esa repetición, por cierto, tuve ocasión de
conocerla en mi curso de la Facultad, ya que ella es un año mayor que yo, y si
hubiera aprobado a la primera no habríamos coincidido: eso es lo que se ha
llamado siempre «renglones torcidos de Dios».
Pero me estoy saliendo
del tema.
Se ha
generalizado tanto la perversión implícita ‒y explícita‒ en las distintas leyes
educativas aprobadas por el PSOE cuando ha estado en el Gobierno, que cualquier
intento de rectificarlas, aun en detalles nimios, hacen que las fauces de la
izquierda salten contra quien sólo desea corregir monstruosidades contenidas en esas leyes, como que, por
ejemplo, los alumnos obtengan el título de Graduado en ESO incluso si tienen
dos y hasta tres asignaturas suspensas, algo que contempla la Logse como lo más
normal, progresista, igualitario y demócrata del mundo. Y encima, los títulos
así obtenidos valen exactamente igual que los de los alumnos que los han
obtenido a la primera, con todas las asignaturas aprobadas y habiendo estudiado
debidamente a su tiempo.
¿Se imaginan que
las Universidades concedieran sus títulos y grados a los estudiantes que no
hubieran aprobado dos o incluso tres de las asignaturas del último curso, que
en realidad serían cuatro y hasta seis, dada la distribución en cuatrimestres?
¿Iríamos tranquilos a la consulta de un médico que hubiera obtenido así su
título? Y quien dice médico dice abogado, ingeniero, economista, arquitecto o
profesor… Pues eso se está haciendo ya en España desde hace mucho tiempo, y los
que claman contra la Lomce no han levantado ni un solo dedo para derogar tamaña
aberración.
La obsesión de la
izquierda por la igualdad ‒mejor dicho, por el igualitarismo ramplón y resentido‒ la ha llevado a que todo el mundo tenga que tener un
título que asegure ‒la realidad es otra cosa‒ que el titular ha alcanzado
cierto nivel educativo y cultural… pero ya se sabe que cuando algo lo tiene
todo el mundo deja automáticamente de tener valor. Tener un DNI no es un mérito
para optar a un trabajo, es un simple requisito: si todo el mundo tiene el
título de Graduado en ESO, no aporta nada a quien lo posea, es un papeleo más
para los trámites.
Ignoran quienes
se han puesto de los nervios ante la posibilidad de una Reválida después de 4º
ESO ‒y también de 2º de Bachiller‒ que la vida es una carrera de obstáculos, y
que en la carrera de la vida nadie nos regala nada. Si los jóvenes no aprenden
desde el principio lo que va a ser su vida, cuando vengan los problemas y las
dificultades, que vendrán, no lo duden, estarán desnudos e incapacitados para
afrontarlos. De verdad: ¿tan monstruoso es que un chico de 16 años ‒recuerdo
que yo hice mi primera Reválida antes de cumplir los 14‒ demuestre en un examen
lo que tiene obligación previa de saber, ya que ha aprobado los cursos previos
en su integridad? ¿tanto miedo se tiene a que se descubran las carencias del
sistema educativo de la Logse, que es el que seguimos teniendo, ya que la Lomce
es sólo un remiendo, y de no muy buena calidad, cuando en realidad lo que hacía
falta era un traje nuevo de pies a cabeza?
Dicen los
quejicas del documento de marras que «quien no lo supere [el examen de
Reválida] no podrá acceder al Bachillerato y tampoco obtendrá título de ESO
aunque tenga aprobadas todas las asignaturas». ¿Eso es un problema? Lo sería
tan sólo si el examen tuviera una única e irrepetible convocatoria, lo que no
parece que vaya a ocurrir. Además, si se tienen todas las asignaturas
aprobadas, ¿qué problema hay en demostrar que se sabe algo que se tiene que
saber? Cuando las cosas se aprenden no es para aprobar un examen, sino para enriquecer el disco duro de la memoria personal. En una de las oposiciones que hice, en 1979, aprobé el primer ejercicio simplemente reproduciendo en el examen lo que recordaba de un tema que había estudiado dos años antes en la Universidad: no era un tema que hubiera estudiado expresamente para esas oposiciones, sino que simplemente lo recordaba. Y, repito, no soy ni he sido nunca un genio, como puede constatar cualquiera que me conozca.
La supresión en
la práctica y en la teoría de la cultura del esfuerzo, de la necesidad de ir
ganando personalmente pequeñas batallas y superando poco a poco los obstáculos nos ha
llevado a generaciones y generaciones de alumnos ‒¡y padres!‒ que piensan que las
cosas se nos tienen que dar «porque yo lo valgo», como dice el anuncio, es decir, por el
mero hecho de existir. Aunque, afortunadamente, hay honrosas excepciones.
Apruebo la
existencia de esas Reválidas y animo a los alumnos a que estudien. Recuerdo,
una vez más, que cuando algo se generaliza automáticamente se degrada: he
terminado de leer hace unos días el libro SPQR.
Una historia de la antigua Roma, de Mary Beard, Premio Princesa de Asturias
2016. ¿Saben cuándo da por terminada la historia de la antigua Roma? En el momento
en que el emperador Caracalla, en el año 212, otorga «porque sí» la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio.
Cuando todos los ciudadanos tengan un título, éste será ‒lo he dicho antes‒
como el DNI, no un mérito, sino un requisito, es decir, algo sin valor.
Propugnar el trabajo como algo meritorio, el esfuerzo como algo digno de apoyo y el estudio como formador de personalidades libres y cultas no es ser elitista, ni siquiera ser de derechas. Pero hay quienes, en su ceguera mental y política, llaman fascismo a lo que no encaje en sus estereotipados esquemas. Allá ellos.
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