martes, 25 de octubre de 2016

Sobre la Reválida de la Lomce: mi opinión

He recibido una carta, seguramente bienintencionada, que me pide que firme una ILP (Iniciativa Legislativa Popular) para que se supriman las llamadas «Reválidas» previstas por la Lomce para los alumnos que terminen y aprueben 4º de ESO y 2º de Bachiller. Naturalmente, no la he firmado, es más, el texto que la pide manifiesta tanta demagogia como ignorancia de lo que es o debe ser un sistema educativo.

Vayamos por partes: ningún alumno normal se muere ni se traumatiza por hacer una Reválida. Yo estudié el antiguo Bachillerato Elemental primero y el Superior después; para obtener el primero de esos títulos, se hacía un examen al acabar 4º de Bachiller, a los 14 años (en mi caso, antes de cumplirlos). Eran diez exámenes, de otras tantas materias, reunidos en tres grupos y que se hacían en dos días. Se calificaba a los tres grupos por separado, y para obtener el título había que aprobar los tres grupos. Si no se aprobaba alguno, había que repetirlo en septiembre, y si en septiembre se seguía sin aprobar, se repetía el curso: no el curso 4º, que ya estaba aprobado, sino sólo el o los grupos que no se hubieran aprobado. Y dos años después se repetía la jugada para la obtención del título de Bachiller Superior, aunque con una salvedad: este título podía alcanzarse sin Reválida si se aprobaba el curso siguiente (Preuniversitario hasta 1971 y COU en adelante hasta la implantación de la Logse).

Yo aprobé a la primera, y aunque hoy se consideraría algo dificilísimo, digno de un esfuerzo ímprobo para titanes o superhombres, no me costó mucho trabajo: bastaba con estudiar, en realidad más bien repasar, lo que ya se tenía que saber. Quienes me conocen saben que no soy ni he sido nunca ningún genio, y sin embargo aprobé, del mismo modo que los compañeros míos que no aprobaron esa Reválida (muy pocos, por cierto) no eran unos inútiles para el estudio no han quedado traumatizados de por vida. Por ejemplo, mi mujer tuvo que repetir un curso por la famosa Reválida, lo que no impidió que luego cursara su carrera con notas brillantes y sacara unas oposiciones de profesora como las que yo hice. Gracias a esa repetición, por cierto, tuve ocasión de conocerla en mi curso de la Facultad, ya que ella es un año mayor que yo, y si hubiera aprobado a la primera no habríamos coincidido: eso es lo que se ha llamado siempre «renglones torcidos de Dios».

Pero me estoy saliendo del tema.

Se ha generalizado tanto la perversión implícita ‒y explícita‒ en las distintas leyes educativas aprobadas por el PSOE cuando ha estado en el Gobierno, que cualquier intento de rectificarlas, aun en detalles nimios, hacen que las fauces de la izquierda salten contra quien sólo desea corregir monstruosidades contenidas en esas leyes, como que, por ejemplo, los alumnos obtengan el título de Graduado en ESO incluso si tienen dos y hasta tres asignaturas suspensas, algo que contempla la Logse como lo más normal, progresista, igualitario y demócrata del mundo. Y encima, los títulos así obtenidos valen exactamente igual que los de los alumnos que los han obtenido a la primera, con todas las asignaturas aprobadas y habiendo estudiado debidamente a su tiempo.

¿Se imaginan que las Universidades concedieran sus títulos y grados a los estudiantes que no hubieran aprobado dos o incluso tres de las asignaturas del último curso, que en realidad serían cuatro y hasta seis, dada la distribución en cuatrimestres? ¿Iríamos tranquilos a la consulta de un médico que hubiera obtenido así su título? Y quien dice médico dice abogado, ingeniero, economista, arquitecto o profesor… Pues eso se está haciendo ya en España desde hace mucho tiempo, y los que claman contra la Lomce no han levantado ni un solo dedo para derogar tamaña aberración.

La obsesión de la izquierda por la igualdad mejor dicho, por el igualitarismo ramplón y resentido‒ la ha llevado a que todo el mundo tenga que tener un título que asegure ‒la realidad es otra cosa‒ que el titular ha alcanzado cierto nivel educativo y cultural… pero ya se sabe que cuando algo lo tiene todo el mundo deja automáticamente de tener valor. Tener un DNI no es un mérito para optar a un trabajo, es un simple requisito: si todo el mundo tiene el título de Graduado en ESO, no aporta nada a quien lo posea, es un papeleo más para los trámites.

Ignoran quienes se han puesto de los nervios ante la posibilidad de una Reválida después de 4º ESO ‒y también de 2º de Bachiller‒ que la vida es una carrera de obstáculos, y que en la carrera de la vida nadie nos regala nada. Si los jóvenes no aprenden desde el principio lo que va a ser su vida, cuando vengan los problemas y las dificultades, que vendrán, no lo duden, estarán desnudos e incapacitados para afrontarlos. De verdad: ¿tan monstruoso es que un chico de 16 años ‒recuerdo que yo hice mi primera Reválida antes de cumplir los 14‒ demuestre en un examen lo que tiene obligación previa de saber, ya que ha aprobado los cursos previos en su integridad? ¿tanto miedo se tiene a que se descubran las carencias del sistema educativo de la Logse, que es el que seguimos teniendo, ya que la Lomce es sólo un remiendo, y de no muy buena calidad, cuando en realidad lo que hacía falta era un traje nuevo de pies a cabeza?

Dicen los quejicas del documento de marras que «quien no lo supere [el examen de Reválida] no podrá acceder al Bachillerato y tampoco obtendrá título de ESO aunque tenga aprobadas todas las asignaturas». ¿Eso es un problema? Lo sería tan sólo si el examen tuviera una única e irrepetible convocatoria, lo que no parece que vaya a ocurrir. Además, si se tienen todas las asignaturas aprobadas, ¿qué problema hay en demostrar que se sabe algo que se tiene que saber? Cuando las cosas se aprenden no es para aprobar un examen, sino para enriquecer el disco duro de la memoria personal. En una de las oposiciones que hice, en 1979, aprobé el primer ejercicio simplemente reproduciendo en el examen lo que recordaba de un tema que había estudiado dos años antes en la Universidad: no era un tema que hubiera estudiado expresamente para esas oposiciones, sino que simplemente lo recordaba. Y, repito, no soy ni he sido nunca un genio, como puede constatar cualquiera que me conozca.

La supresión en la práctica y en la teoría de la cultura del esfuerzo, de la necesidad de ir ganando personalmente pequeñas batallas y superando poco a poco los obstáculos nos ha llevado a generaciones y generaciones de alumnos ‒¡y padres!‒ que piensan que las cosas se nos tienen que dar «porque yo lo valgo», como dice el anuncio, es decir, por el mero hecho de existir. Aunque, afortunadamente, hay honrosas excepciones.

Apruebo la existencia de esas Reválidas y animo a los alumnos a que estudien. Recuerdo, una vez más, que cuando algo se generaliza automáticamente se degrada: he terminado de leer hace unos días el libro SPQR. Una historia de la antigua Roma, de Mary Beard, Premio Princesa de Asturias 2016. ¿Saben cuándo da por terminada la historia de la antigua Roma? En el momento en que el emperador Caracalla, en el año 212, otorga «porque sí» la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio. Cuando todos los ciudadanos tengan un título, éste será ‒lo he dicho antes‒ como el DNI, no un mérito, sino un requisito, es decir, algo sin valor.


Propugnar el trabajo como algo meritorio, el esfuerzo como algo digno de apoyo y el estudio como formador de personalidades libres y cultas no es ser elitista, ni siquiera ser de derechas. Pero hay quienes, en su ceguera mental y política, llaman fascismo a lo que no encaje en sus estereotipados esquemas. Allá ellos.

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