El Via Crucis de la Fe, rápidamente bautizado por muchos, por aquello de la mímesis, como «La Magna de Córdoba», ha suscitado que reviva con fuerza, aunque nunca ha dejado de estar vivito y coleando, el debate sobre la conveniencia, la necesidad y –sobre todo− la posibilidad real de que en Semana Santa todas las cofradías hagan estación de penitencia en la Catedral y de que ésta forme parte de la carrera oficial.
Desde el mismo
instante en que se anunció la celebración del evento, muchos lo vieron –lo vimos−
como una especie de ensayo general de dicho proyecto, aunque no sabemos si los
organizadores tenían «in mente» esta posibilidad o se limitaban a concentrar,
por primera y tal vez única vez, un desfile de pasos por la Ribera, la Puerta
del Puente y el Patio de los Naranjos.
Datos para el análisis
El desarrollo del «acontecimiento» dejó numerosos datos para
el análisis, la felicitación y la crítica, en partes diversas. Como fui muy
crítico desde el principio y mostré repetidas veces mi desacuerdo con una
manifestación tan masiva y fuera de temporada de pasos y bandas de Semana Santa
–los cortejos eran tan reducidos, por exigencias de la organización, que parecían
ir de «cascarón de huevo»−, no quise ver los pasos en la calle, y de hecho sólo
los vi en el interior de la Catedral; de modo que dejo a quienes fueron
testigos presenciales de «La Magna» la valoración de cómo se desenvolvió ese
traslado a mediados de septiembre de un día imposible en Semana Santa.
Sí quiero, en
cambio, sacar algunas conclusiones muy personales de lo que pasó, en el deseo
de que el lector contraste sus opiniones con las mías.
Es posible
En primer lugar, parece evidente que llevar un paso, cualquier paso, desde cualquier
punto de la ciudad hasta el primer templo es algo perfectamente posible:
sólo hay que proponérselo. Pero cuidado, he dicho «llevar un paso» −o dos, si
hace falta− y esto es una cosa muy distinta, tremendamente distinta, de llevar
un cortejo procesional con varios cientos de nazarenos, en su inmensa mayoría
adolescentes.
El cortejo que se
formó el pasado 14 de septiembre, una vez completado con todos sus componentes
en fila india, sumó dieciocho pasos, pero su longitud máxima conjunta no superó
de forma significativa la de la suma de las cofradías de cualquier día de la
Semana Santa, en los que participan un máximo de seis corporaciones
consecutivas. Evidentemente, es más difícil que se muevan en espacios estrechos
y con grandes concentraciones de personas pocos cortejos largos y necesariamente
difíciles de disciplinar –más o menos difíciles, eso sí, según los casos− que muchos
mini-cortejos compuestos por dos o tres decenas de personas en general mayores
y responsables. Es más fácil mover por calles estrechas diez coches utilitarios
que cinco autobuses de transporte escolar, creo que me entienden.
Voluntad política
En segundo lugar, poder llegar a la Catedral no significa «querer
llegar» al primer templo. De entre las hermandades que estuvieron presentes en «La
magna», un número más que significativo rehúsa, por un motivo u otro, acercarse
al Patio de los Naranjos a la hora de la verdad, que para una cofradía
penitencial es el día de su salida en Semana Santa. No deja de parecer, o de
ser, una tremenda incongruencia que cofradías que se niegan a hacer estación en
la Catedral se hayan sumado a un proyecto que, además de consistir en el rezo –para
quienes lo pudieran seguir− de las estaciones del Via Crucis, era un indudable
y apetitoso escaparate para la Andalucía cofrade que, en un número
significativo de visitantes, se hizo presente en Córdoba el 14 de septiembre. Resulta,
pues, sumamente significativo, y hasta un tanto hipócrita, que haya hermandades
que no quieran dar a su salida en Semana Santa el sentido que –según la opinión
mayoritaria− debería tener y, sin embargo, se quieran apuntar el tanto del relumbrón
turístico y publicitario.
Prohibido extrapolar
En tercer lugar, la masiva respuesta en forma de asistencia
popular al piadoso espectáculo del día 14 no es válida por sí misma para
revalidar de modo plebiscitario que «todo el mundo vería bien que las
cofradías, en Semana Santa, acudieran a la Catedral», porque estoy seguro de
que muchos, muchísimos, de los que allí estuvieron no repetirían su presencia
en el mismo lugar de Domingo de Ramos a Domingo de Resurrección; unos porque
son de fuera y estarán viendo las cofradías de su ciudad o de su pueblo: ¿se
imagina alguien a un sevillano dejando de ver, verbigracia, a la Virgen de las
Aguas del Museo o al Señor de las Penas de San Vicente para ver a Ánimas en…
bueno, en la Catedral no, de momento? Otros, porque siendo cordobeses estarán
fuera de Córdoba el tiempo que les deje libre el engorro de tener que salir en
su propia cofradía, y algunos ni siquiera eso. Y los más, el pueblo llano,
porque conforme vea la ocasión habrá puesto pies en polvorosa para desplazarse
a Fuengirola. En septiembre la playa era un recuerdo muy reciente y acababa de
dejarse atrás tan sólo unos días antes. En marzo o abril es otra cosa, y los
cantos de sirena son muy fuertes, sobre todo si ese pueblo llano tiene una
tradición cofrade tan «sólida» como la inmensa mayoría de los cordobeses.
Sobre este punto
tenemos un dato incontestable: desde hace unos años, todas las cofradías del
Viernes Santo hacen su estación en la Catedral. Los alrededores del primer
templo están muy concurridos, desde luego… pero ni punto de comparación con lo
del día 14. ¿Es imprescindible, entonces, que la Catedral y sus alrededores,
los que sean, formen parte de la carrera oficial? En ese caso, el aumento de la
concurrencia no será por la Catedral, sino por ser carrera oficial…
He hablado antes
de que es perfectamente posible llevar un paso hasta la Catedral desde cualquier
punto de la ciudad, por lejano que éste sea. Y he dicho también que la
experiencia no es extrapolable de forma automática, por la longitud y
composición de los cortejos nazarenos en Córdoba. El tema merece un somero
análisis.
Adolescentes
Salvo excepciones muy minoritarias –por ejemplo, las
cofradías de la Buena Muerte, el Santo Sepulcro o el Remedio de Ánimas, aunque
ésta no es en absoluto «catedralicia»−, la inmensa mayoría de las cofradías de
Córdoba tienen cortejos nazarenos compuestos en su ochenta por ciento –y que
conste que en algún caso me quedo corto− por adolescentes sin la más mínima
raíz cofrade en su familia y entorno más inmediato: son los mismos que, cuando
hayan pasado unos años, muy pocos, dejarán sin contemplaciones la túnica y
saldrán en la calle en Semana Santa, sin duda, pero a ver las procesiones desde
fuera. A esta masa social hay que cuidarla, pese a todo, como oro en paño,
porque dígase lo que se diga la Semana Santa se identifica como seña de
identidad irrebatible por la presencia de los nazarenos; en los tiempos que
corren, en que la «extraordinaritis
procesional» hace estragos en muchas mentes y corazones de cofrades incluso
talludos y experimentados, sólo los nazarenos diferencian la Semana Santa de
cualquiera de las cada vez más ordinarias y menos justificadas «salidas extraordinarias».
Tenemos relativamente
reciente la experiencia de las hermandades de Jesús Nazareno y la Merced, que
después de un más que meritorio intento de ampliar la Madrugada cordobesa del
Viernes Santo con presencia en la Catedral, se vieron forzadas, a los pocos
años, a renunciar tanto a una como a otra. ¿La razón? Tal vez hubiera varias,
pero sobre todo quiero destacar una que era obvia: la terrible «hemorragia» del
número de nazarenos que sufrieron mientras duró la experiencia.
Se me dirá que
dicha «hemorragia» fue debida a lo intempestivo de las horas para esos
adolescentes, y es posible que así fuera pero sólo en parte. ¿Por qué no
volvieron a la Catedral pese a volver a horas menos intempestivas en otros días
de la Semana Santa? Por lo mismo: porque ir a la Catedral alargaría
excesivamente el número de horas en la calle, que seguirían siendo
insoportables para esos penitentes jovencísimos.
Se me podrá argüir
también que ese alargamiento del número de horas es debido a la obligación de
pasar por la carrera oficial actualmente en vigor antes o después de hacer la
estación en la Catedral. El argumento es válido… hasta cierto punto. Evidentemente
hacer el «doblete» Tendillas-Catedral alarga el recorrido y el tiempo de
duración de la procesión, pero no por igual y en todos los casos: a la
hermandad del Calvario o la Expiración por supuesto que sí, pero no creo que a
la de la Merced o Jesús Caído –si llegaran a querer− les significara mucho más
tiempo del que ya de por sí necesitarían para llegar a la Catedral.
Espacio y tiempo
Un tema lleva a otro, y de la mano del anterior me viene el
de la longitud en el espacio y en el tiempo de las procesiones. Dado que no es
posible arrugar o encoger las calles de la ciudad, la solución está en el
tiempo: hay que tardar mucho menos, hay que ir mucho más deprisa. Yo estoy seguro
de que todas las cofradías de Córdoba, quizá sin más excepción que la del Santo
Sepulcro y en menor escala la Buena Muerte, que son las que andan como hay que
andar, todas las demás podrían reducir su duración en una cuarta parte, sin
modificar para ello su itinerario (aunque también habría que hablar de eso:
muchas, por no decir todas, tienen un recorrido excesivamente largo con algún
tramo innecesario, en el sentido de que no cumple el viejo lema cofrade, tan
pocas veces puesto en práctica, de «por el camino más corto»; pero eso es otro
tema, que por ahora sólo apunto. Cierro paréntesis).
Una cofradía que
esté ocho horas en la calle puede hacer, si se lo propone y sin grandes
sacrificios, ese mismo itinerario en seis; la que esté seis horas, en cuatro y
media, y así sucesivamente. De lo que se trata es de querer. Y está claro que
en Córdoba no se quiere: nadie está dispuesto a hacerlo. Por razones diversas, aunque
todas perfectamente discutibles, ni los hermanos mayores, ni la Agrupación de
Cofradías ni –mucho menos− los costaleros y capataces, estarían dispuestos a
reducir el tiempo de estancia de las cofradías en la calle en aras de dar mayores
facilidades a esos grandes olvidados de todos que son los nazarenos, y sobre
todo en facilitar la presencia en la Catedral de todas las cofradías.
Sentido litúrgico, recuperación histórica
Quiero dejar muy clara una cosa: estoy de acuerdo con ir a
la Catedral, pero cuando vayan todas las cofradías; mientras tanto, la estación
en la Catedral será tan sólo un itinerario parcial que algunas, haciendo uso
legítimo de sus derechos y facultades, añaden a su recorrido procesional. Lo
que no acepto es que sólo lo que hacen éstas tiene sentido religioso pleno.
Pues no: me niego a que ninguna procesión de Semana Santa de Córdoba capital haya
tenido «sentido religioso pleno» durante más de siglo y medio (los que van
desde el decreto del tristemente célebre obispo Trevilla hasta 1986, cuando la
hermandad del Santo Sepulcro volvió a entrar en la Catedral el Viernes Santo). Estoy
de acuerdo con el viejo refrán que dice que «la procesión va por dentro», y si
un cofrade –aquí hay que hablar de cofrades individuales, no de corporaciones
colectivas− ha hecho su procesión en las condiciones espirituales adecuadas,
aun sin haber pisado la Catedral, su estación de penitencia habrá sido más
auténtica y plena, desde el punto de vista religioso, que la de quien no
llevara en condiciones la túnica del alma, por mucho que pisara las naves
catedralicias.
Se ha acudido con frecuencia
al argumento histórico para defender la necesidad de «recuperar» la estación de
penitencia en el primer templo, volviendo a lo anterior a 1820, como si no
hubiera pasado nada entre 1820 y la actualidad. Pero no es tan simple la cosa,
por las razones siguientes:
Antes de 1820 no
había carrera oficial ni nada que se le pareciera: las cofradías iban a la
Catedral a su aire, cuando y como querían. Es más, el primer templo quedaba
abierto toda la noche del Jueves al Viernes Santo para que entrara quien así lo
deseara: cartas hay del obispo Fresneda (prelado de 1572 a 1577) que denuncian
los abusos, desórdenes y conflictos que esta apertura provocaba. La carrera
oficial en Córdoba, precisamente, nació del decreto de Trevilla y de su
decisión de formar un cortejo único con varias cofradías, algo que nunca había
existido con anterioridad.
Antes de 1820
había en Córdoba muchas menos cofradías que ahora, sus cortejos eran mucho
menos numerosos: no había problemas de organización, coordinación de horarios,
etc., y sin duda alguna la aglomeración de gente en las calles era
incomparablemente menor. Basta con saber que Córdoba no alcanzó los 50.000
habitantes hasta el último cuarto del siglo XIX.
Antes de 1820 no
había en Córdoba grandes pasos de misterio ni pasos de palio tal y como hoy los
concebimos. Las imágenes eran portadas en parihuelas o poco más, de modo que
los cortejos serían, en cuanto a su número y extensión, más o menos –seguramente
menos− que los actuales rosarios de la aurora.
Antes de 1820 ya
había en Córdoba cofradías que no iban a la Catedral ni vieron la necesidad o
la conveniencia de hacerlo: hacían la totalidad de su recorrido por su barrio,
y nada más que por su barrio.
Por tanto, el
argumento histórico «per se» no es válido, por cuanto han sido tantas las modificaciones
sufridas por las cofradías y la Semana Santa que las formas y circunstancias de
entonces no son de aplicación, salvo el sentido religioso que confiere la
presencia en la Catedral y que, como se ha visto, no era condición «sine qua
non» para que una cofradía penitencial se pusiera en la calle con sus imágenes
y penitentes.
Conclusión
Empecé hablando del Via Crucis de la Fe del pasado 14 de
septiembre y me he ido por las ramas. Ahora vuelvo a la raíz, y expongo mi conclusión:
el Via Crucis de la Fe ha removido las aguas siempre en movimiento del debate
sobre la conveniencia de la Catedral. Las ha removido pero no las ha cambiado
de sitio, ni ha limpiado el detritus que hay en esas aguas, ni las ha
purificado ni aclarado. Pasado el primer hervor del subidón que algunos o
muchos han sentido, el asunto volverá a estar como estaba.
Ah, se me olvidaba. Aun en el caso de que todas las cofradías de
forma unánime decidieran ir a la Catedral, no tienen la última palabra ni la
llave que les permitirá materializar el proyecto, que no es otro que la
disponibilidad de una segunda puerta practicable en la antigua Mezquita.
Mientras tanto, todo esto no es más que hablar por hablar.
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