Veo en mi abundante y desordenado archivo fotográfico una
instantánea tomada en la Parroquia de San Pedro el Domingo de Pasión de un año
que no puedo precisar, aunque debe de ser de entre 1977 y 1982: de después de 1982
es imposible que sea, porque el original tiene un formato (9x13) que a mediados
de ese año dejó de comercializarse al ser reemplazado por el hoy vigente de
10x15. En cualquier caso, es ineludible que sea de antes de la Semana Santa de
1983, porque en verano de 1983 la imagen del Cristo de la Misericordia fue
sometida a la restauración que le practicó Rafael Rivera Valle, en la que
desaparecieron –en buena hora− esos intensos brillos y barnices que se pueden
apreciar en la fotografía.
Lo que se ve en la foto, pues eso, se ve, aunque lo más
interesante es lo que dejó de verse, es decir, lo que había en la parroquia
antes de la restauración terminada en 1998 y de lo que, a raíz de su
reapertura, nunca más se supo.
Expliquemos primero lo que se ve. El Cristo de la
Misericordia –antes de la restauración, como queda dicho− está sobre su cruz
procesional antigua (fue reemplazada en 1994) y ésta aparece, aunque no se ve
en la foto, «pinchada» sobre el suelo de la hoy Basílica. El agujero se hizo
para el besapiés de 1976, por «obra y gracia» del recordado Enrique Hidalgo,
que rompió de un martillazo una loseta de mármol blanco para, en su espacio,
excavar lo suficiente como para meter un tubo de uralita de un metro de
longitud y de diámetro algo superior al de la cruz del Cristo, con el fin de
asentarla con seguridad en su posición vertical. Unas grandes piedras que había
en San Pedro desde la restauración de la capilla de la Misericordia (reestrenada
en noviembre de 1975), sirvieron para tapar el agujero y para dar una sensación
de «Calvario» al soporte de la cruz. Pero eso no se ve en la instantánea.
La imagen de Nuestra Señora de las Lágrimas en su Desamparo
lleva sus mejores galas, empezando por el manto procesional, que sólo en
contadas ocasiones ha lucido en besamanos. Lleva sobre el pecho el puñal pero
no la cruz pectoral del obispo López Criado que en alguna ocasión llevó el
Miércoles Santo. Tras ella se ve un dosel rojo en el que se ha colocado la Cruz
de Guía. Y tras el dosel, se ve ligeramente la parte superior del retablo que
había en ese sitio: era un retablo barroco de regular factura, en la que se
veneraba una imagen de San José seguramente procedente de la factoría de El
Arte Cristiano de Olot, es decir, una imagen de serie. El párroco Don Julián
Cabellero era muy devoto de San José y todos los años practicaba la conocida
devoción de los Siete Domingos. Hay que decir que el retablo desapareció de San
Pedro, y –poniendo en práctica la penosa costumbre de «desnudar a un santo para
vestir a otro» fue colocado en el altar mayor de la parroquia de Santa
Victoria, en el Barrio del Naranjo. De la imagen de San José, como de tantas
otras cosas, nunca más se supo.
Sigamos: hacia el centro de la foto, y en segundo término,
se ve un candelero que sostiene una flor de cera; durante algunos años –el primero
de ellos fue 1976− dos exornos de este tipo escoltaron a Nuestra Señora de las
Lágrimas en su paso de palio, uno a cada lado, sobre candeleros de gran tamaño −«marías»−
que no eran propiedad de la hermandad, sino cedidos por la parroquia. Tras él
se ve una columna salomónica como soporte de un centro de flores: la columna
procede del retablo de San José que aparece cubierto, que tenía cuatro, y que
de vez en cuando se cogían para exornar altares de cultos o besapiés.
La pared del fondo aparece blanca: recuérdese que hasta el
cierre de 1985 la iglesia estuvo encalada, de blanco en las paredes y de color
sepia en las columnas y nervios de los arcos: puede verse perfectamente en la
columna que hay detrás del Cristo. Sobre la pared se ven dos de las estaciones
del Via Crucis que volvieron al templo tras la reapeprtura. Lo que no volvió, y
nadie ha dado explicaciones del por qué, es esa cruz de mármol blanco que
recuerda la Santa Misión que se celebró en Córdoba en 1945 y de la que se
erigieron recuerdos similares a éste, de más o menos tamaño, en las parroquias
donde hubo actos misionales. He de decir que la cruz de mármol la he visto hace
unos días, completamente intacta pero olvidada, llena de polvo y arrinconada en
las escaleras que suben desde la sacristía al campanario.
Tras el Santísimo Cristo se aprecian los tres grandes
hachones, con sus cabeceras para cumplir la misión para la que fueron hechos,
que no es otra que lo que se ve en la foto: sostener cirios de grandes
dimensiones para las ceremonias solemnes. Antes de la reapertura del templo,
alguien tuvo la «genial» idea de «decapitarlos», es decir, impedir que sobre
ellos volvieran a colocarse cirios: de una sola tacada, se amputaba una obra
realizada como mínimo en el siglo XIX y se «ganaban» cuatro soportes para
centros de flores en las bodas. El «genial» autor de tan «brillante» amputación
no sabemos quién sería.
Se ve también, entre la columna y la pared, se ve a dos cofrades
muy difíciles de identificar; el que está más al centro viste traje oscuro y sostiene
un incensario, parece ser de más edad que el otro, que viste de azul claro y
pantalón gris; se vislumbra entre ellos la fila de bancos que había en la nave
de la epístola, y un banco más al fondo, pegado a la pared.
Finalmente, en la parte izquierda de la fotografía se deja
ver el cancel de la puerta llamada «del sol», que como es sabido también fue
demolido sin contemplaciones en la más que discutible «restauración» culminada
en 1998 (tras unos años laberínticos y mucho tiempo de abandono, en el que no
faltaron las trifulcas políticas ni las desidias eclesiales, como recordará
cualquiera que viviera aquella época.
En resumen, la fotografía muestra no sólo cómo quedó la
exposición a la veneración de los fieles de las dos sagradas imágenes en ese
año (después de mirar minuciosamente la instantánea para sacar las notas que he
ido señalando, me inclino por acercarla más al año 1977 que a 1982), sino también,
y quizá sobre todo, de cómo estaba San Pedro antes del cierre, porque
desgraciadamente no quedan muchas fotografías que nos permitan hacernos una
idea, y cuando pase la generación que la conoció, habrá muy pocos testimonios
de ella.