martes, 30 de agosto de 2016

Una reflexión sobre una estatua

La primera mitad de agosto la pasé en Alemania, recorriendo varias ciudades y lugares de interés de este país. En Leipzig me llamó la atención una estatua de bronce, situada en una calle peatonal. La estatua es la que aparece en la siguiente fotografía:
Como se puede apreciar, la escultura representa una figura humana sin rasgos definidos -el rostro aparece como hundido sobre los hombros- que da un paso adelante muy pronunciado, con las piernas muy separadas. Cuando me dieron una somera explicación del simbolismo de la estatua me pareció todo un acierto del escultor.
Si miramos la estatua, lo primero que llama la atención es esa zancada, ese enorme y forzado paso adelante: la pierna derecha, larga y recta, parece avanzar con ligereza y convicción hacia un lugar desconocido, pero eso no le resta decisión; la pierna izquierda, por contra, está flexionada y parece resistirse a salir del punto que está pisando. A nadie, evidentemente, se le habrá escapado que el pie derecho está descalzo mientras que el izquierdo calza una bota.
Veamos ahora la parte superior: además de la impersonalidad que denota la ausencia de rasgos faciales (y el oscurantismo de estar hundida sobre el cuello inexistente), llama la atención la posición de los brazos: el derecho, erguido y recto, como la pierna correspondiente, lanza hacia adelante su mano abierta; el izquierdo, a su vez, se lanza hacia atrás, está flexionado y muestra el puño cerrado.
A nadie se le habrá escapado el significado político e histórico de todos estos detalles. La mano alzada al frente representa el nazismo, mientras que el puño cerrado hacia atrás evoca el comunismo. Pero hay más: brazo y pierna derechos están rectos y transmiten una decisión de avanzar sin miramientos, mientras que sus correspondientes de la izquierda están doblados y orientados hacia atrás. Y más todavía: el brazo derecho y la pierna izquierda (saludo a la romana y pie con bota) alegorizan el fascismo con sus connotaciones de jerarquía y opresión, mientras que el brazo izquierdo y la pierna derecha (puño en alto y pie descalzo) son la visualización del comunismo, pues señalan respectivamente la violencia y la miseria que tan equitativamente reparten las doctrinas socialistas cuando son llevadas a la práctica.
Alemania (especialmente la parte oriental, en la que Leipzig tuvo la mala suerte de estar encerrada) ha sufrido en el siglo XX las dos formas de tiranía, el nazismo entre 1933 y 1945 y el comunismo (en la sarcásticamente llamada República "Democrática" Alemana) entre 1949 y 1990. Saben bien, pues, los ciudadanos de Leipzig -la ciudad de la música, por otra parte, la ciudad donde trabajó Bach y donde nació Wagner- lo que es sufrir las más duras tiranías que en el mundo han sido.
Pero lo más interesante, significativo y acertado de la escultura es el cruce de simbolismos que en ella se pueden apreciar: por un lado, el brazo derecho simboliza el fascismo, y la pierna del mismo lado el comunismo, y ambos aparecen rectos y decididos; por otro lado, el brazo izquierdo representa el comunismo, y la pierna correspondiente el fascismo, y ambos están doblados. Es evidente que el autor ha querido transmitir que, a la hora de la verdad, nazismo y comunismo son bastante iguales, si es que no son idénticos en lo realmente importante: la represión de la libertad y la miseria material.
La estatua está en medio de la calle, prácticamente a la altura del peatón, sin nombre ni explicación, sin título ni dedicatoria: quiere ser una advertencia permanente al ciudadano, un recordatorio de lo que han tenido que sufrir en la verdad y, al menos intencionalmente, un aviso a navegantes de que no se entreguen en los brazos de los populismos de uno u otro color, porque a fin de cuentas acaban siempre en una espiral insoportable de sufrimiento, miseria y opresión.
No podemos olvidar, ante esta escultura, que fue precisamente en Leipzig donde empezó, el 9 de octubre de 1989, el movimiento social, pacífico pero firme, que acabó con la caída del Muro de Berlín y del resto de las dictaduras comunistas de la Europa del Este. Como afirma Rosalía Sánchez en El Mundo, "no cabe ninguna duda de que sin un 9 de octubre no hubiera existido un 9 de noviembre. La manifestación que en esa fecha de 1989 tuvo lugar en Leipzig y que reunió a más de 70.000 personas paralizó por primera vez el aparato represivo de la RDA y demostró que una revolución pacífica tenía realmente posibilidades frente a la maquinaria de poder comunista".