martes, 22 de octubre de 2013

Ubi sunt?




Hoy vuelvo a los temas más habituales de este blog. En esta ocasión, el patrimonio histórico y artístico de la hoy Basílica de San Pedro; y lo que ofrezco es una serie de reflexiones sobre el indignante expolio que sufrió el histórico templo durante el prolongado cierre que comenzó en mayo de 1985 y terminó en marzo de 1988.


El viejo tópico literario y moral del «Ubi sunt?» −«¿Dónde están»?− ha gritado con fuerza dentro de mí en la tarde de hoy, 22 de octubre de 2013. Me encontraba en la biblioteca del Instituto Séneca, aguardando el comienzo de una reunión de trabajo con otros profesores. Conocedor de la riqueza de esta biblioteca, en la que ya pasé muchas horas adolescentes, me dirigí a la zona donde se hallan los ejemplares del Boletín de la Real Academia de Córdoba (en lo sucesivo, BRAC). Abrí unos cuantos al azar y en el número 75 de esta publicación, correspondiente al periodo julio-diciembre de 1955, me encuentro un breve artículo del arqueólogo francés Pierre Dubourg-Noves[1], que se titula «Una Virgen del siglo XIII en San Pedro». Las dos fotos que ilustran el artículo son las siguientes:




Después de leerlo, o mejor dicho, mientras lo leía, se me encendió la luz de la memoria y, al mismo tiempo, brotó con impaciencia la pregunta que da título a estas líneas. Se me encendió la luz de la memoria porque me di cuenta de que esa imagen de la Virgen la he visto yo, y no una vez ni dos, sino durante años en la sacristía de la parroquia de San Pedro, dignamente puesta sobre una sencilla peana. Fue a raíz de la reforma que se hizo en dicha sacristía en 1970, cuando se «adaptó» −emplearemos un eufemismo− la capilla del Sagrario y de los Santos Mártires a la interpretación que en esos años se daba a la reforma litúrgica del dichoso Concilio Vaticano II. Como parte de esa misma reforma, se remodeló la sacristía, a la que se despojó de su capa de cal y se dejó en piedra vista (o «falsa piedra»), se suprimieron las tarimas de madera y se dispusieron unas vitrinas en las que se exhibía parte del rico patrimonio litúrgico de la parroquia: orfebrería, un maravilloso terno negro bordado, libros, imágenes… Incluso, durante un tiempo, se exhibieron allí las imágenes de San Acisclo y Santa Victoria de Jiménez de Sandoval que habían pertenecido al retablo de la ya cerrada iglesia de la Magdalena (durante unos años estuvieron «reconvertidas» en Santa Bárbara y Santa Lucía, no sé por qué), y hasta el grupo escultórico de los Santos Varones procedente también de la Magdalena: este último, a raíz del robo de que fue objeto a causa del abandono de la Magdalena, y que una vez recuperado por la Policía estuvo en San Pedro hasta su cierre en 1985.


El caso es que la contemplación de las dos fotos que ilustran el artículo del BRAC de 1955 me hacían clamar interiormente, pensando no sólo en esa maravillosa imagen, sino en tantas y tantas piezas del patrimonio artístico de San Pedro cuya pista se ha perdido desde el cierre de 1985 (o, por lo menos, desde la reapertura de 1998, en la que ya no estaban). Tengo que decir que, aunque en 2004 se hizo, supongo que por profesionales del tema o profesores de Historia del Arte de la Universidad de Córdoba un catálogo-inventario del patrimonio que a esa fecha conservaba la parroquia, en dicho catálogo faltan todas las piezas que yo recuerdo y que he visto durante toda la vida (anterior a 1985) en la hoy basílica.


En los años transcurridos he podido conocer el destino de algunas de estas piezas saqueadas a la hoy basílica de San Pedro; por ejemplo, el retablo de San José situado en el muro de la nave del lado de la epístola se halla en la parroquia de Santa Victoria (Barrio del Naranjo) y el retablo de las Ánimas, desaparecido «misteriosamente» antes de octubre de 1993, preside hoy la iglesia del Carmen de Castro del Río.


Pero de otras muchas obras de arte nunca más se supo… ¿o hay alguien que sabe y, por supuesto, calla?


Sé que lo que voy a hacer ahora es un simple ejercicio de retórica, porque nadie me va a contestar: quien no sepa las respuestas, por la sencilla razón de que no las sabe, y quien lo sepa, porque más le interesa callar. El expolio que se operó en San Pedro en los años de su cierra ha sido de tal calibre que una investigación formal podría acarrear funestas consecuencias.


Pero nadie me va a quitar las ganas de que me desahogue haciéndole al viento, por lo menos, las siguientes preguntas:


¿Dónde está esa Virgen gótica del siglo XIII-XIV que describe en su artículo el profesor Dubourg-Noves?


¿Dónde está la lápida que señalaba el emplazamiento exacto del lugar en que fueron halladas las reliquias de los Santos Mártires? Como tengo buena memoria, y para que al menos quede constancia de su texto, la inscripción decía algo muy parecido a lo siguiente:


EN ESTE LUGAR OCULTÓ LA PIEDAD, EN TIEMPOS DE SUPREMA ANGUSTIA, LAS VENERANDAS RELIQUIAS DE LOS SANTOS MÁRTIRES DE CÓRDOBA, QUE EN ÉL PERMANECIERON POR MÁS DE SETECIENTOS[2] AÑOS HASTA EL DE 1575, EN QUE PROVIDENCIALMENTE FUERON DESCUBIERTAS.


¿Dónde está el Niño Jesús que llevaba en su brazo izquierdo la Virgen de los Remedios, que antaño estaba en un retablo –también desaparecido− y que ahora ocupa, medio arrinconada, una hornacina situada en el baptisterio, justo en el sitio en que las mentes pensantes de la última restauración tapiaron sin contemplaciones una ventana que llevaba por lo menos siglo y medio abierta? Podemos verla aquí en una estampa de hacia 1960 y en una foto de 2004, en la que se puede apreciar la desaparición del Niño:



 


¿Dónde está la gran custodia de plata dorada que había en la vitrina de la sacristía?


¿Dónde está el terno negro –capa pluvial y dos dalmáticas suntuosamente bordadas, quizá en el siglo XVII− que se exhibía en una vitrina de la sacristía? Tengo que decir que las dalmáticas las vi una vez hace pocos años, en una ceremonia litúrgica, celebrada en la iglesia de San Pedro Alcántara por la entonces incipiente Hermandad Universitaria. Me dijeron que estaban en el Museo Diocesano. Démosle el beneficio del crédito a esta respuesta, aunque no nos satisface, porque donde deberían estar es… en San Pedro.


¿Dónde está la imagen de San Sebastián que ocupaba la hornacina principal del retablo situado en el muro de la epístola, junto a la capilla del Sagrario?


¿Dónde están las placas de bronce con inscripción latina grabada, que anunciaban, en la puerta de la capilla del Sagrario, que se trataba de un altar privilegiado, con indulgencia plenaria perpetua «semel in die»?


¿Dónde está, en fin, la imagen de San Pedro como Papa sentado en su trono, que ocupaba la hornacina central del retablo principal, hoy presidida por la Virgen de la Esperanza de Sandoval? A esta pregunta sí tengo la respuesta: la imagen -de vestir- está desmantelada y hecha pedazos en una sala alta de la iglesia, olvidada y cubierta de polvo como el arpa de Bécquer. La tiara de plata, al menos, es visible en la vitrina de la sacristía...

Las respuestas… como en la canción de Bob Dylan, «las respuestas están en el viento», o sea, que nadie me va a responder a las que yo no sé. Quizá, incluso, sea mejor no saber qué pasó con tan valioso patrimonio.






[1] Pueden consultarse datos sobre este prestigioso arqueólogo francés en http://www.academie-angoumois.org/Pierre-Dubourg-Noves.


[2] No estoy seguro de si decía «SETECIENTOS» o «SEISCIENTOS».

sábado, 19 de octubre de 2013

El otro fraude fiscal

Hoy no voy a escribir de historia, de literatura ni de Semana Santa ni de religión, sino de algo mucho más prosaico: de impuestos. Y es que la cosa tiene su poquito de tela marinera. Verán.

Como todo el mundo sabe, en los años del boom inmobiliario la gente pedía hipotecas, y los bancos las daban generosamente, con una tremenda frivolidad que ha llevado al sector a la actual situación. Y, también como todo el mundo sabe, para escabullirse de la presión fiscal muchísimas veces se escrituraban las fincas (viviendas fundamentalmente) a un precio inferior al que en realidad se había pagado por ellas, aportando el comprador el resto en efectivo, que se convertía en un ingreso "negro" para el vendedor.

Pero llegó la crisis, se esfumó el globo y empezó el declive. Los pisos empezaron a bajar de precio, llevando a muchas personas y familias (sobre todo a las que se habían hipotecado más allá de lo que podrían ser sus propios límites razonables) a situaciones angustiosas, desesperadas en algún caso. Y empezaron a verse rótulos de SE VENDE en multitud de ventanas y balcones, provocando la bajada de los precios en consonancia con el incremento de la oferta.

Hemos llegado a la situación actual. Y paradójicamente -esto le gustaría al profesor Rodríguez Braun si lo leyera, aunque seguro que lo sabe- la crisis está beneficiando de forma muy directa a la Hacienda Püblica, porque cuando se consigue vender un piso, lo cual ya es digno de mérito porque es poco menos que un beso en los morros de la diosa Fortuna, se ha llegado al caso de... escriturar un piso por un valor muy superior al suyo real de mercado.

Les pongo dos casos prácticos y totalmente reales, que ne conocido muy muy de cerca: un conocido mío tenía dos pisos en Córdoba, uno interior con 47 años de antigüedad, 55 m2 y tres dormitorios, y otro exterior con 32 años de antigüedad, 78 m2 útiles y tres dormitorios (obviamente más grandes que el otro), ambos con ascensor y en un barrio de clase media de la ciudad (Ciudad Jardín).

Pues bien, gracias a los buenos oficios de una inmobiliaria, que no voy a citar, ha conseguido vender los dos en el plazo de un mes. Pero ahí viene lo bueno. Vean las siguientes cifras:

PISO A (55 m2 útiles)
Precio de venta: 58.000 EUROS
Precio de escrituración: 94.500 EUROS
Precio que ingresado efectivamente en el momento de la venta: 51.000 euros (no exactos, pero ni 50.000 ni 52.000), al deducir todos los gastos generados por la compra. A estos 51.000 euros habrá que restarle, cuando llegue la próxima declaración del IRPF, el impuesto sobre el incremento patrimonial, que según los cálculos realizados serán unos 3.000 euros. Es decir, ese vendedor ha cobrado netos unos 48.000 euros por un piso cuyo precio de venta era 58.000 y que se escrituró en 94.500; ha cobrado, por tanto, apenas el 51% del precio de venta que figura en la escritura.

PISO B (78 m2 útiles)
Precio de venta: 89.000 EUROS
Precio de escrituración: 114.000 EUROS
Precio ingresado efectivamente al venderlo: 79.000 euros aproximadamente, tras las deducciones y gastos correspondientes. A esta cantidad habrá que restarle, dentro de unos meses, la consiguiente repercusión en el IRPF por incremento patrimonial, que será menor que el otro: unos 1.000 euros solamente, por lo que el ingreso real será de unos 78.000 euros, que representan en este caso algo menos del 68,5% del valor escriturado.

Es fácil adivinar que la causa de esta situación es el durísimo mercado hipotecario que se ha impuesto a raíz de la crisis: por un lado los bancos ahora no dan hipotecas con facilidad, y cuando las dan es sólo, como máximo, por el 80% del valor oficial de venta (en los tiempos del boom daban hasta el 120%) . Por tanto, el valor oficial de la venta (el que figura en las escrituras) tiene que aumentar en la proporción correspondiente para que el comprador pueda disponer del 100% del precio acordado con el vendedor, porque ya se ha terminado -o es una "rara avis" en vías de extinción- el comprador que, como se hacía en tiempos más normales, aportó una entrada del 25% o el 30% del precio de su vivienda y se hipotecó tan sólo por el resto.

El vendedor se he visto compelido a aceptar esta trampa y este gasto, porque tal y como está el mercado había dos opciones: o pasar por el aro y perder dinero, o no vender los pisos ahora, dejar pasar un poco de tiempo, esperar que los precios sigan bajando (seguirán bajando aún un año o dos por lo menos), y perder también dinero, seguramente más, en una venta futura.

Las consecuencias las paga, como ve, el vendedor, y las cobra -¡cómo no!- la Hacienda Pública, que está recaudando un exceso de dinero por un concepto que el contribuyente ni tiene ni ha tenido ni tendrá: está pagando por un dinero que nunca ha percibido Hacienda, pues, está cometiendo un tremendo fraude fiscal con muchísimos contribuyentes.

Supongo que la situación, que Hacienda conoce sin duda, estará haciendo gozar a los recaudadores. Espero, aunque tampoco me fío demasiado, que Hacienda no sancione a este vendedor... por haber pagado más de la cuenta, aunque puestos a sacar dinero, también podría hacerlo (y no quiero darle más ideas de las que ya tiene, por supuesto).


De modo que vean ustedes: a Hacienda le sienta bien la crisis, al menos por la circunstancia que acabo de exponer, que sin duda no es un caso aislado, ni muchísimo menos.

domingo, 6 de octubre de 2013

Hablar por hablar: el Via Crucis de la Fe


El Via Crucis de la Fe, rápidamente bautizado por muchos, por aquello de la mímesis, como «La Magna de Córdoba», ha suscitado que reviva con fuerza, aunque nunca ha dejado de estar vivito y coleando, el debate sobre la conveniencia, la necesidad y –sobre todo− la posibilidad real de que en Semana Santa todas las cofradías hagan estación de penitencia en la Catedral y de que ésta forme parte de la carrera oficial.



     Desde el mismo instante en que se anunció la celebración del evento, muchos lo vieron –lo vimos− como una especie de ensayo general de dicho proyecto, aunque no sabemos si los organizadores tenían «in mente» esta posibilidad o se limitaban a concentrar, por primera y tal vez única vez, un desfile de pasos por la Ribera, la Puerta del Puente y el Patio de los Naranjos.

Datos para el análisis
El desarrollo del «acontecimiento» dejó numerosos datos para el análisis, la felicitación y la crítica, en partes diversas. Como fui muy crítico desde el principio y mostré repetidas veces mi desacuerdo con una manifestación tan masiva y fuera de temporada de pasos y bandas de Semana Santa –los cortejos eran tan reducidos, por exigencias de la organización, que parecían ir de «cascarón de huevo»−, no quise ver los pasos en la calle, y de hecho sólo los vi en el interior de la Catedral; de modo que dejo a quienes fueron testigos presenciales de «La Magna» la valoración de cómo se desenvolvió ese traslado a mediados de septiembre de un día imposible en Semana Santa.

     Sí quiero, en cambio, sacar algunas conclusiones muy personales de lo que pasó, en el deseo de que el lector contraste sus opiniones con las mías.

Es posible
En primer lugar, parece evidente que llevar un paso, cualquier paso, desde cualquier punto de la ciudad hasta el primer templo es algo perfectamente posible: sólo hay que proponérselo. Pero cuidado, he dicho «llevar un paso» −o dos, si hace falta− y esto es una cosa muy distinta, tremendamente distinta, de llevar un cortejo procesional con varios cientos de nazarenos, en su inmensa mayoría adolescentes.

     El cortejo que se formó el pasado 14 de septiembre, una vez completado con todos sus componentes en fila india, sumó dieciocho pasos, pero su longitud máxima conjunta no superó de forma significativa la de la suma de las cofradías de cualquier día de la Semana Santa, en los que participan un máximo de seis corporaciones consecutivas. Evidentemente, es más difícil que se muevan en espacios estrechos y con grandes concentraciones de personas pocos cortejos largos y necesariamente difíciles de disciplinar –más o menos difíciles, eso sí, según los casos− que muchos mini-cortejos compuestos por dos o tres decenas de personas en general mayores y responsables. Es más fácil mover por calles estrechas diez coches utilitarios que cinco autobuses de transporte escolar, creo que me entienden.

Voluntad política
En segundo lugar, poder llegar a la Catedral no significa «querer llegar» al primer templo. De entre las hermandades que estuvieron presentes en «La magna», un número más que significativo rehúsa, por un motivo u otro, acercarse al Patio de los Naranjos a la hora de la verdad, que para una cofradía penitencial es el día de su salida en Semana Santa. No deja de parecer, o de ser, una tremenda incongruencia que cofradías que se niegan a hacer estación en la Catedral se hayan sumado a un proyecto que, además de consistir en el rezo –para quienes lo pudieran seguir− de las estaciones del Via Crucis, era un indudable y apetitoso escaparate para la Andalucía cofrade que, en un número significativo de visitantes, se hizo presente en Córdoba el 14 de septiembre. Resulta, pues, sumamente significativo, y hasta un tanto hipócrita, que haya hermandades que no quieran dar a su salida en Semana Santa el sentido que –según la opinión mayoritaria− debería tener y, sin embargo, se quieran apuntar el tanto del relumbrón turístico y publicitario.

Prohibido extrapolar
En tercer lugar, la masiva respuesta en forma de asistencia popular al piadoso espectáculo del día 14 no es válida por sí misma para revalidar de modo plebiscitario que «todo el mundo vería bien que las cofradías, en Semana Santa, acudieran a la Catedral», porque estoy seguro de que muchos, muchísimos, de los que allí estuvieron no repetirían su presencia en el mismo lugar de Domingo de Ramos a Domingo de Resurrección; unos porque son de fuera y estarán viendo las cofradías de su ciudad o de su pueblo: ¿se imagina alguien a un sevillano dejando de ver, verbigracia, a la Virgen de las Aguas del Museo o al Señor de las Penas de San Vicente para ver a Ánimas en… bueno, en la Catedral no, de momento? Otros, porque siendo cordobeses estarán fuera de Córdoba el tiempo que les deje libre el engorro de tener que salir en su propia cofradía, y algunos ni siquiera eso. Y los más, el pueblo llano, porque conforme vea la ocasión habrá puesto pies en polvorosa para desplazarse a Fuengirola. En septiembre la playa era un recuerdo muy reciente y acababa de dejarse atrás tan sólo unos días antes. En marzo o abril es otra cosa, y los cantos de sirena son muy fuertes, sobre todo si ese pueblo llano tiene una tradición cofrade tan «sólida» como la inmensa mayoría de los cordobeses.

     Sobre este punto tenemos un dato incontestable: desde hace unos años, todas las cofradías del Viernes Santo hacen su estación en la Catedral. Los alrededores del primer templo están muy concurridos, desde luego… pero ni punto de comparación con lo del día 14. ¿Es imprescindible, entonces, que la Catedral y sus alrededores, los que sean, formen parte de la carrera oficial? En ese caso, el aumento de la concurrencia no será por la Catedral, sino por ser carrera oficial…

     He hablado antes de que es perfectamente posible llevar un paso hasta la Catedral desde cualquier punto de la ciudad, por lejano que éste sea. Y he dicho también que la experiencia no es extrapolable de forma automática, por la longitud y composición de los cortejos nazarenos en Córdoba. El tema merece un somero análisis.

Adolescentes
Salvo excepciones muy minoritarias –por ejemplo, las cofradías de la Buena Muerte, el Santo Sepulcro o el Remedio de Ánimas, aunque ésta no es en absoluto «catedralicia»−, la inmensa mayoría de las cofradías de Córdoba tienen cortejos nazarenos compuestos en su ochenta por ciento –y que conste que en algún caso me quedo corto− por adolescentes sin la más mínima raíz cofrade en su familia y entorno más inmediato: son los mismos que, cuando hayan pasado unos años, muy pocos, dejarán sin contemplaciones la túnica y saldrán en la calle en Semana Santa, sin duda, pero a ver las procesiones desde fuera. A esta masa social hay que cuidarla, pese a todo, como oro en paño, porque dígase lo que se diga la Semana Santa se identifica como seña de identidad irrebatible por la presencia de los nazarenos; en los tiempos que corren, en que la «extraordinaritis procesional» hace estragos en muchas mentes y corazones de cofrades incluso talludos y experimentados, sólo los nazarenos diferencian la Semana Santa de cualquiera de las cada vez más ordinarias y menos justificadas «salidas extraordinarias».

     Tenemos relativamente reciente la experiencia de las hermandades de Jesús Nazareno y la Merced, que después de un más que meritorio intento de ampliar la Madrugada cordobesa del Viernes Santo con presencia en la Catedral, se vieron forzadas, a los pocos años, a renunciar tanto a una como a otra. ¿La razón? Tal vez hubiera varias, pero sobre todo quiero destacar una que era obvia: la terrible «hemorragia» del número de nazarenos que sufrieron mientras duró la experiencia.

     Se me dirá que dicha «hemorragia» fue debida a lo intempestivo de las horas para esos adolescentes, y es posible que así fuera pero sólo en parte. ¿Por qué no volvieron a la Catedral pese a volver a horas menos intempestivas en otros días de la Semana Santa? Por lo mismo: porque ir a la Catedral alargaría excesivamente el número de horas en la calle, que seguirían siendo insoportables para esos penitentes jovencísimos.

     Se me podrá argüir también que ese alargamiento del número de horas es debido a la obligación de pasar por la carrera oficial actualmente en vigor antes o después de hacer la estación en la Catedral. El argumento es válido… hasta cierto punto. Evidentemente hacer el «doblete» Tendillas-Catedral alarga el recorrido y el tiempo de duración de la procesión, pero no por igual y en todos los casos: a la hermandad del Calvario o la Expiración por supuesto que sí, pero no creo que a la de la Merced o Jesús Caído –si llegaran a querer− les significara mucho más tiempo del que ya de por sí necesitarían para llegar a la Catedral.

Espacio y tiempo
Un tema lleva a otro, y de la mano del anterior me viene el de la longitud en el espacio y en el tiempo de las procesiones. Dado que no es posible arrugar o encoger las calles de la ciudad, la solución está en el tiempo: hay que tardar mucho menos, hay que ir mucho más deprisa. Yo estoy seguro de que todas las cofradías de Córdoba, quizá sin más excepción que la del Santo Sepulcro y en menor escala la Buena Muerte, que son las que andan como hay que andar, todas las demás podrían reducir su duración en una cuarta parte, sin modificar para ello su itinerario (aunque también habría que hablar de eso: muchas, por no decir todas, tienen un recorrido excesivamente largo con algún tramo innecesario, en el sentido de que no cumple el viejo lema cofrade, tan pocas veces puesto en práctica, de «por el camino más corto»; pero eso es otro tema, que por ahora sólo apunto. Cierro paréntesis).

     Una cofradía que esté ocho horas en la calle puede hacer, si se lo propone y sin grandes sacrificios, ese mismo itinerario en seis; la que esté seis horas, en cuatro y media, y así sucesivamente. De lo que se trata es de querer. Y está claro que en Córdoba no se quiere: nadie está dispuesto a hacerlo. Por razones diversas, aunque todas perfectamente discutibles, ni los hermanos mayores, ni la Agrupación de Cofradías ni –mucho menos− los costaleros y capataces, estarían dispuestos a reducir el tiempo de estancia de las cofradías en la calle en aras de dar mayores facilidades a esos grandes olvidados de todos que son los nazarenos, y sobre todo en facilitar la presencia en la Catedral de todas las cofradías.

Sentido litúrgico, recuperación histórica
Quiero dejar muy clara una cosa: estoy de acuerdo con ir a la Catedral, pero cuando vayan todas las cofradías; mientras tanto, la estación en la Catedral será tan sólo un itinerario parcial que algunas, haciendo uso legítimo de sus derechos y facultades, añaden a su recorrido procesional. Lo que no acepto es que sólo lo que hacen éstas tiene sentido religioso pleno. Pues no: me niego a que ninguna procesión de Semana Santa de Córdoba capital haya tenido «sentido religioso pleno» durante más de siglo y medio (los que van desde el decreto del tristemente célebre obispo Trevilla hasta 1986, cuando la hermandad del Santo Sepulcro volvió a entrar en la Catedral el Viernes Santo). Estoy de acuerdo con el viejo refrán que dice que «la procesión va por dentro», y si un cofrade –aquí hay que hablar de cofrades individuales, no de corporaciones colectivas− ha hecho su procesión en las condiciones espirituales adecuadas, aun sin haber pisado la Catedral, su estación de penitencia habrá sido más auténtica y plena, desde el punto de vista religioso, que la de quien no llevara en condiciones la túnica del alma, por mucho que pisara las naves catedralicias.

     Se ha acudido con frecuencia al argumento histórico para defender la necesidad de «recuperar» la estación de penitencia en el primer templo, volviendo a lo anterior a 1820, como si no hubiera pasado nada entre 1820 y la actualidad. Pero no es tan simple la cosa, por las razones siguientes:

     Antes de 1820 no había carrera oficial ni nada que se le pareciera: las cofradías iban a la Catedral a su aire, cuando y como querían. Es más, el primer templo quedaba abierto toda la noche del Jueves al Viernes Santo para que entrara quien así lo deseara: cartas hay del obispo Fresneda (prelado de 1572 a 1577) que denuncian los abusos, desórdenes y conflictos que esta apertura provocaba. La carrera oficial en Córdoba, precisamente, nació del decreto de Trevilla y de su decisión de formar un cortejo único con varias cofradías, algo que nunca había existido con anterioridad.

     Antes de 1820 había en Córdoba muchas menos cofradías que ahora, sus cortejos eran mucho menos numerosos: no había problemas de organización, coordinación de horarios, etc., y sin duda alguna la aglomeración de gente en las calles era incomparablemente menor. Basta con saber que Córdoba no alcanzó los 50.000 habitantes hasta el último cuarto del siglo XIX.

     Antes de 1820 no había en Córdoba grandes pasos de misterio ni pasos de palio tal y como hoy los concebimos. Las imágenes eran portadas en parihuelas o poco más, de modo que los cortejos serían, en cuanto a su número y extensión, más o menos –seguramente menos− que los actuales rosarios de la aurora.

     Antes de 1820 ya había en Córdoba cofradías que no iban a la Catedral ni vieron la necesidad o la conveniencia de hacerlo: hacían la totalidad de su recorrido por su barrio, y nada más que por su barrio.

     Por tanto, el argumento histórico «per se» no es válido, por cuanto han sido tantas las modificaciones sufridas por las cofradías y la Semana Santa que las formas y circunstancias de entonces no son de aplicación, salvo el sentido religioso que confiere la presencia en la Catedral y que, como se ha visto, no era condición «sine qua non» para que una cofradía penitencial se pusiera en la calle con sus imágenes y penitentes.

Conclusión
Empecé hablando del Via Crucis de la Fe del pasado 14 de septiembre y me he ido por las ramas. Ahora vuelvo a la raíz, y expongo mi conclusión: el Via Crucis de la Fe ha removido las aguas siempre en movimiento del debate sobre la conveniencia de la Catedral. Las ha removido pero no las ha cambiado de sitio, ni ha limpiado el detritus que hay en esas aguas, ni las ha purificado ni aclarado. Pasado el primer hervor del subidón que algunos o muchos han sentido, el asunto volverá a estar como estaba.

     Ah, se me olvidaba. Aun en el caso de que todas las cofradías de forma unánime decidieran ir a la Catedral, no tienen la última palabra ni la llave que les permitirá materializar el proyecto, que no es otro que la disponibilidad de una segunda puerta practicable en la antigua Mezquita.

Mientras tanto, todo esto no es más que hablar por hablar.