viernes, 21 de junio de 2013

Insectos y rinocerontes

Gregorio Samsa, el protagonista de La metamorfosis de Kafka, es consciente desde el primer momento de la terrible transformación que se ha operado de forma súbita en su anatomía, hasta la noche anterior plenamente humana. Su drama consiste precisamente en eso, en darse cuenta de que ha sufrido un cambio que modificará sustancialmente sus relaciones con los demás seres humanos, hasta el punto de hacerlas imposibles. La obra del autor checo tiene como eje argumental la angustia del personaje, la certeza de que su vida ha sufrido, al parecer de forma irreversible, una transmutación que, como se ve en el libro, acabará llevándolo a la muerte.

Lo que le ocurre a Samsa le ocurre sólo a él, y vive su tragedia de forma personal e íntima, escondido bajo las sábanas. Desde que sabe que tiene la forma de un insecto gigante –en ningún momento el autor precisa qué clase de insecto−, rehúye el contacto con los demás y siente pánico ante la posibilidad de que sus seres queridos, su familia, lleguen a contemplarlo en su estado actual. Aunque llegan a verlo su madre y su hermana, en realidad su problema es estrictamente personal.

Los personajes de Rinoceronte de Ionesco, se metamorfosean también de forma súbita, pero su transformación es social, contagiosa como una epidemia: los habitantes del pueblo van transformándose de uno en uno, a un ritmo que va creciendo conforme avanza la obra. Pero, una vez que son rinocerontes, no dan muestras de sufrir conflicto ético alguno y siguen su vida cotidiana como si tal cosa, es decir, no son conscientes de que se han convertido en monstruos horripilantes y viven su día a día creyendo que en todos los aspectos siguen siendo los mismos que eran antes de su metamorfosis.

El cambio de forma que se opera en los personajes de Ionesco sólo es perceptible desde fuera: son los demás, los que aún no se han convertido en rinocerontes, los que ven a sus semejantes con su nuevo aspecto. El avance de la «epidemia» hace que los que mantienen la forma humana lleguen a dudar de su propia identidad, o sea, son los que conservan la normalidad los que se sientan como marginales. De hecho, al final de la fábula el único ser humano que mantiene su forma habitual se quita la vida al sentirse diferente de sus semejantes.

Como se puede ver, hay una diferencia fundamental entre las dos «metamorfosis» literarias que estamos analizando. El personaje de Kafka que sufre el cambio de forma mantiene íntegra su dignidad y su capacidad de análisis y raciocinio, y ésta es la raíz profunda de su angustioso drama; sabe que la vida humana es convivencia y que ésta sólo es posible cuando en la relación con los semejantes se dan determinadas circunstancias. (Dejemos ahora, por un momento, las habituales reflexiones psicológicas que ven a Samsa como un alter ego de Kafka, que fabuló con esta narración sus propios complejos y dificultades comunicativas; en cualquier caso, estas consideraciones no restan un punto de validez al punto de vista que aportamos en estas líneas).

Pero los sucesivos «rinocerontes» de Ionesco son un dechado de cinismo. Han dejado de ser humanos, son criaturas de una monstruosidad obscena y se niegan a aceptar la realidad en la que viven, mientras ésta le permita continuar su cotidianidad y no les suponga proble-mas: han puesto sus pequeños intereses particulares por encima de su dignidad, han pisoteado la ética. Llegan, incluso a ver como monstruos a quienes no se han degradado como ellos. (Y dejemos ahora, porque tampoco modifican nuestro análisis, la lectura habitual de Rinoceronte que asocia la transformación de los personajes a la indiferencia con que la mayoría de los franceses acogieron la ocupación de su país por los nazis, aunque posteriormente se cundiera la consoladora mentira de que «la mayoría de los franceses colaboraban con la Resistencia»).

La fábula consiste en presentar la realidad con vestiduras de ficción. Tanto Kafka como Ionesco han contado en las obras que comentamos historias de apariencia absurda para mostrar no sólo un evidente simbolismo (aunque éste sea poliédrico), sino también el propio sinsentido en que a veces se puede desenvolver nuestra existencia.

Nadie está exento del riesgo de convertirse en un insecto gigante que se niega a salir de su dormitorio o en un pacífico rinoceronte que pasea las mañanas de los domingos por el parque de su pueblo. Quizá lo único que nos queda es la posibilidad de optar por la actitud de Gregorio Samsa o por la de los sucesivos «rinocerontes» ionesquianos. O quizá ni eso, aunque sería terrible no poder optar, sobre todo porque lo más terrible es que a que se han convertido en los rinocerontes les va mejor en la vida que a los que se han visto transformados en insectos.